viernes, 2 de agosto de 2013

Justita

Ella gime, él la escucha. Ella busca la mirada de él, él la evita. Ella llora, él cierra los ojos.
-De verdad, lo siento, de verdad. Yo nunca...- Pero no puede terminar la frase, la voz se le quiebra mientras él, atado a una silla, sólo puede verla sufrir- Miriam, por favor, perdóname... yo no sabía que esto iba a pasar... jamás habría permitido que nada ni nadie te hiciera daño... ¡Perdón, perdón!- Román rompió en llanto.
Una figura pequeña y frágil se acercó a ella.
-Verás mi niño, yo siempre voy a cuidar de ti, aunque eso signifique quitar de tu camino a personas como ella, que fingen estar interesadas en ti y que a la larga sólo terminarán por lastimarte.
-¿Por qué? Justita ¿Por qué? Ella me ama, ¿No lo ves? ¡Déjala, no la lastimes!
-Mi niño, esto es por tu bien- Dijo Justa al tiempo que desgarraba la ropa de la joven con unas tijeras.
-La ropa no hace a la gente, ¿te acuerdas de mi Fermin? Aún cuando usaba sus trapos tan humildes todo mundo se le cuadraba, como si fuera el mismísimo patrón del rancho. Y esta muchachita, ¡Mírala!- Dijo levantando la cara del joven bruscamente.
Román vio el cuerpo desnudo de Miriam, lleno de arañazos por la tijera.
-¡Mirala! ¿Ves esos pechos tan tiernos? ¿Ves esa piel tan suave? ¡Vestida como una muñequita! Que no te engañe lo que ves, así como la ves de inocente esta se ha revolcado con varios.
-¡Pero Justita! ¿Qué estás diciendo?
-Lo que oyes mi niño, ésta ya no es una mujer digna y mucho menos para ti, mi niño.
La mira, la estudia esta vez.
-¿Es cierto eso que dice Justita?- Le pregunta, más no espera respuesta, aún así ella mueve la cabeza, asiente tímidamente- Eso no importa, lo oyes Justita ¡No importa!
-No sabes lo que dices niño Román, esta mujercita necesita limpiar su alma y su cuerpo y ni con eso volverá a ser pura- Dijo Justa, al tiempo levanta una olla con agua hirviendo- Lo que ella necesita es probar el infierno, para corregirse, para retomar el buen camino.
-¡No, Justa, no! ¡No la lastimes!- Grita Román mientras Miriam se retuerce de dolor, con la boca amordazada, no puede gritar, sus ojos se desorbitan al sentir cómo cae sobre su cuerpo el agua, cómo quema. Miriam se quiere morir, no puede pensar que esto sea real.
-Déjala ya... Justita, por favor... ¡No la hagas sufrir más!- Román está en sorprendido, pues aquella mujer que siempre ha sido tan dulce como una madre hoy muestra una cara que él desconocía.
-Román no sabes lo que dices, mujeres como ésta sobran, tú mereces más- Dice Justa besando la mejilla del joven -Una es vieja, sabes lo que dicen, más sabe el diablo por viejo.
-Esto que haces no es correcto, soy yo quien decide con quien estar, esta decisión no te corresponde, ¡Déjanos ir ya!- Implora Román entre lágrimas.
-Eso no será posible... En todo caso te irás tú, pero ésta sólo saldrá con los pies por delante, por decirlo de algún modo- La vieja suelta una risita  amarga - En todo caso, si sale viva, ya no será más una tentación en este mundo, la castidad será su único camino, su único refugio.- La anciana se retira un momento, Román mira a Miriam, su rostro muestra sufrimiento, tiene la frente perlada en sudor, sus ojos reflejan temor.
El muchacho mira las muñecas de la joven, en las que después de largo rato de estar atadas y soportando el peso del cuerpo, la marca que hace la cuerda es cada vez más notoria, las manos pálidas, apenas puede mover los dedos.
Se escuchan los pasos de la anciana, se para a espaldas de la joven, pronto un silbido corta el aire, la joven abre los ojos en una clara señal de dolor, Justa la azota repetidamente, por todo el cuerpo, espalda, brazos, en la cara... Román mira cómo un hilillo de sangre comienza a dibujarse en el torso de ella. Lentamente, la sangre se acumula y forma una gota que, como una caricia, recorre la suave piel de Miriam, hasta llegar a su pie y cae al piso. 
-Déjala, Justita, déjala. Haz de mí lo que quieras, pero ya déjala...
-No, niño, no has entendido, que lo que quiero es hacer de ti un hombre distinguido y hacer que entiendas que tan buena debe ser la mujer que elijas como lo eres tú. Sabes muy bien que mi Fermin y yo no tuvimos la dicha de ser padres, pero por algo Dios hace las cosas, mira que ponerte en nuestro camino... ¡Yo te crié Román! Soy como una madre para ti y deberías de agradecer que busco tu bienestar, tu felicidad. No me gusta verte así... - La voz de la anciana tenía un dejo de poco más que hipocresía - Voy a terminar con esto de la forma más rápida posible, sólo por ti, para ya no verte sufrir así. Aunque ésta no valga la pena.
Justa se acerca a la desvencijada mesa que hay al fondo de la habitación, toma un cuchillo y se aproxima a Miriam, le susurra al oído- Muere, que con tu muerte libras al mundo de una mancha de pecado.
La joven escucha las palabras y siente cómo en su cuerpo se hunde el frío metal, una y otra y otra vez. El dolor es insoportable. Todo comienza a desvanecerse, es como dormir, como despertar, sentir frío y calor y de pronto: nada. Román contempla absorto la escena, mira fijamente cómo el cuerpo de Miriam se sacude, intentando aferrarse a la vida que se escapa, mira cómo la sangre cae y viste el cuerpo desnudo de la joven. Mira cómo Miriam exhala su último aliento.
Baja la cabeza, cierra los ojos y nace del fondo de su garganta ese sonido que no es llanto, no es sollozo. Román comienza a reír de tal forma que raya en la histeria.
-Has sido muy valiente hoy, mi niño- Dice la anciana que se acerca lentamente y libera a Roman de las ataduras.
-Sabes que haría cualquier cosa por tí, Justita- Acerca su cara a la cara de la anciana, toca con sus labios aquella boca reseca salpicada con la sangre de Miriam, la besa apasionadamente.
Al abrir los ojos la anciana no lo es más, su piel ha vuelto a ser tersa, sus ojos brillantes, no es más ese cuerpo encorvado y frágil.
-Esto será suficiente por otro año más- Dice ella- Ahora hay que encargarnos de esto, suerte para los perros, hoy tendrán que comer- Lanza una sonrisa cómplice a Román quien toma un machete, baja el cuerpo de Miriam y comienza a descuartizarlo.