domingo, 10 de marzo de 2019

Miedo

Iván se quedó mirando la luz que se filtraba desde la calle por el borde de la cortina, prefería dormir en completa oscuridad, o al menos tanta como fuera posible. A pesar de la cortina gruesa la luz del alumbrado público se colaba y formaba de una franja en el techo. Cuando no podía conciliar el sueño se dedicaba a mirar las sombras que se formaban en las imperfecciones del aplanado, prácticamente las sabía de memoria pero siempre trataba de redescubrir nuevas formas. Esa noche le pareció que forzando un poco la imaginación había un rostro con una expresión amenazadora. Recordó las noches de infancia en las que no podía dormir con la luz apagada y lo mucho que lloró cuando lo obligaron. Hacía mucho tiempo de eso. Sus padres buscaron por todos los medios calmarlo y cuando no lo consiguieron emplearon métodos drásticos y un tanto violentos; cuando eso también falló y las cosas comenzaron a salirse de control fue que optaron por la terapia. Al principio las sesiones fueron familiares y luego individuales. La relación con sus padres mejoró mucho desde entonces.

“Por algo pasan las cosas”, se dijo y se dispuso a dormir luego de un rato. Al principio sus sueños fueron cosas normales como la escuela o salir con sus amigos. Casi al final en un extraño giro volvió a verse de niño mientras la terapeuta le explicaba que no debía temer, que la oscuridad era mejor para un buen descanso; de sorpresa la misma figura que había mirado en el techo antes de dormir llegaba detrás de la mujer y la engullía. “¡Sigues tú!” decía una voz espectral, la sombra se acercaba a él. Despertó con un grito, notó que además había mojado la cama. Sumamente avergonzado se levantó, cambió las sábanas y su ropa. Se sentó al borde de la cama, a sus dieciséis había cambiado tanto del niño que fue, no sólo era más alto, tenía una dentadura bella a fuerza de ortodoncia, tenía el cabello largo y sus rasgos habían dejado de tener la suavidad que el sobrepeso les daba; y sin embargo, había sido como si algo en su interior hubiese tenido un retroceso, no sólo era la sábana mojada, era la inquietud que la oscuridad le provocaba.

“Vamos, no seas cobarde” se repetía, incapaz de apagar la luz. “No pasa nada, no pasa nada”. Se metió de nuevo a la cama y estiró la mano para apagar la lámpara del buró. Respiró hondo y accionó el interruptor. Nada. Sólo el silencio de la noche interrumpido por algún sonido lejano y esporádico. Iván se sintió aliviado y ridículo, no podía dormir así que se ocupó nuevamente de mirar el techo para buscar formas hasta el sueño lo venciera. Justo antes de caer dormido le pareció ver que el rostro que había descubierto lo miraba directamente.

Pasó con normalidad el resto de la noche.

—Anoche… tuve otro episodio —dijo a sus padres durante el desayuno.
—¿Quieres que agendemos cita con la terapeuta? —preguntó su madre.
—No, estoy bien. No sé ni siquiera por qué se los dije —dijo un tanto avergonzado.
—Sabes que puedes confiar en nosotros —dijo su padre.
—Lo sé, estaré bien —reafirmó él y sus padres se miraron mutuamente.

Eran los últimos días de clases, así que el estrés podía ser motivo para volver a sacarlo de balance, era un buen alumno pero no se le daba de forma natural, debía esforzarse bastante y eso lo tenía tenso siempre durante las evaluaciones finales. El siguiente par de  semanas las pasó en calma, durmiendo a sus horas y descansando bastante bien, casi se había olvidado de la pesadilla.
La siguiente vez se soñó de niño nuevamente, se encontraba en la sala con su abuela, a quien tenía tiempo sin ver; platicaban de sus avances en la terapia, de las siguientes vacaciones en las que iría a visitarla. En un momento ella se quedó con los ojos muy abiertos mirando justo detrás de él, podía sentir el aire helado detrás suyo. “Los verás caer a todos” dijo una voz metálica y la sombra rápidamente llegó hasta su abuela y la devoró. Esta vez no gritó, el timbre insistente del teléfono en la madrugada lo había sacado de su macabra ensoñación. Tomó la llamada en el pasillo de las recámaras, pues ahí se situaba uno de los aparatos de la casa.

—¿Diga?
—¿Iván?
—Sí, ¿Abuela?
—¡Iván! ¡Iván!

La voz al otro lado de la línea se iba transformando, pasó de la dulzura al terror, repitiendo una única palabra: “Iván”, justo antes de que la comunicación se cortara la voz resultaba completamente distinta, “Los verás morir a todos” dijo antes de dar paso a un tono intermitente. Se fue a la cama pensando que había sido parte de una vívida pesadilla. Por la mañana abrió los ojos y lo primero que miró fue la extraña grieta en el techo, que parecía irse tornando antropomorfa.

A través de la ventana se colaba el calor de un sol dominical. Bajó para desayunar, en la cocina se encontraban sus padres con el gesto descompuesto.

—Mi amor, la abuela murió esta noche —alcanzó a murmurar su madre antes de empezar a llorar de nuevo
—Se cayó el baño y se golpeó la cabeza —explicó su padre— tus tíos trataron de ayudarla, la llevaron al hospital, ella estaba muy confundida, asustada, decía incoherencias, los médicos dijeron que su corazón estaba débil y no resistió tanta agitación.

Iván escuchaba en silencio, sin saber si debía hablar sobre la llamada que había recibido de madrugada.

—¿A qué hora pasó? —finalmente preguntó con los ojos llenos de lágrimas.
—Se cayó como a las once, no tardaron mucho en llevarla al hospital. Debió pasar cerca de las dos de la mañana.

Palideció. Era imposible que su abuela hubiera hecho la llamada, no recordaba la hora pero creía que era probable que ella ya hubiera estado muerta para cuando él contestó. Estuvo a punto de mencionarlo pero su madre estaba deshecha por la muerte de la abuela como para atormentarla con lo sucedido en la madrugada. Tuvo que guardar sus emociones para no complicar más la situación, quizá sería mejor no mencionar el asunto nunca.

Todas las noches resonaba en su mente la voz de su abuela llena de terror, lloraba hasta quedarse dormido y evitaba a toda costa mirar el techo de su habitación, pues lo que había empezado siendo una insinuación de un rostro ahora parecía una forma semihumana en actitud amenazadora. Luego de un par de semanas los problemas de sueño empezaban a hacer mella en su ánimo y su actitud.

—El asunto de la abuela me tiene mal, quisiera ir con la terapeuta —dijo durante la cena—, he vuelto a tener pesadillas.
—Lo lamento, mi amor. Te entiendo, su partida fue inesperada. Mañana llamo para hacer cita.
—Gracias, mamá. Creo que mañana no iré a la escuela, he dormido muy mal y quisiera quedarme a descansar.
—Está bien, creo que le vendrá bien —intervino su padre.

Al día siguiente consiguió dormir hasta casi medio día. Su madre le llevó el desayuno.

—Tendremos que buscar otra terapeuta, Carolina tuvo un accidente hace varias semanas y murió.

Él se quedó perplejo. Guardó silencio por un largo rato.

—Tengo miedo, mamá —dijo al fin.
—No hay nada que temer, mi amor. Es lamentable todo lo que ha pasado, pero buscaremos un nuevo terapeuta y pronto te sentirás mejor —lo consoló su madre mientras lo abrazaba.

Cuando ella salió del cuarto él sólo pudo murmurar «No lo entenderías». Iván quería echar a llorar, pero también quería evitar que su madre se preocupara más de la cuenta. Volvió a dormir aunque con gran inquietud.

Llegada la noche no lograba conciliar el sueño, más por miedo que por haber dormido demasiado a lo largo del día; no podía dejar de atormentarse pensando en quién sería la siguiente persona en aparecer en sus sueños. Tenía tanto miedo que fuera alguno de sus padres, o peor aún, ambos. Sentía que si evitaba quedarse dormido, prevendría la inminente tragedia. Una, dos, tres de la mañana.
El agotamiento emocional del que estaba siendo objeto no perdonaba y a pesar de haber resistido una buena parte de la noche pocos minutos antes de las cuatro de la mañana cayó en un profundo sueño; en él se veía a sí mismo de niño, caminaba por un bosque lleno de una niebla muy densa, escuchaba a sus padres llamarlo, pero no conseguía verlos, su corazón latía fuerte y muy apenas le permitía escuchar a sus padres. Conforme avanzaba todo se tornaba más oscuro, las voces se escuchaban cada vez más lejanas, en un momento la oscuridad fue total y el espacio parecía haberse reducido. La voces se apagaron completamente, supo que todo estaba perdido: había sido devorado por el monstruo. Pronto sintió que le faltaba el aire y como pudo reunió fuerzas para llamar a su madre.

Gritó antes de abrir los ojos, tan fuerte que sus padres, desde el cuarto contiguo, llegaron alarmados. Los escuchó abrir la puerta del cuarto, abrió los ojos y aquella macabra figuración del techo extendió sus brazos hacia él.

Sus padres fueron testigos del desafortunado momento en que el techo se desplomó encima suyo, perdiendo así la vida.