jueves, 29 de abril de 2021

La memoria del cuerpo

Crescencio despertó al sentir que algo mordisqueaba los dedos de su mano izquierda. Se halló tendido sobre una superficie terregosa, dolorido y ciego. Por más que intentó pensar cómo había llegado a ese lugar —o cuando— no pudo. Supo que era de noche por el frío y el silencio, entonces recordó las noches de insomnio en que sacaba una silla al patio para mirar las estrellas. Lentamente se incorporó, quiso pedir ayuda, pero sentía la garganta seca y le dolía. ¿Dónde estaba? Se sentó y tocó el suelo a su alrededor. Tierra seca. De nuevo se levantó y comenzó a caminar lento, tanteando con el pie hacia dónde daría el siguiente paso, con las manos por delante para evitar chocar. Revisó sus bolsillos, tenía las llaves de su casa, pero no las de la camioneta; eso lo hizo pensar que no podía estar lejos de su casa y a pesar de no tener la certeza, le daba cierta tranquilidad. De pronto tropezó con algo, no alcanzó a meter las manos y su cara se estrelló contra la tierra. Le tomó unos minutos recuperarse, nada le dolía más que antes de la caída por lo que asumió estar bien. Con las manos descubrió que la causante de su caída había sido una rama. ¿Qué hora sería? ¿Y si lo encontraba algún coyote? ¿No sería mejor pasar la noche ahí? Desechó la idea rápidamente, ciego como estaba, quedarse quieto definitivamente no era un opción. Decidió que la rama con la que había tropezado era una señal de que dios no lo había abandonado del todo.

"Esta es una prueba, Cresencio", pensó para sus adentros y tomó la vara para ayudarse a tantear el camino. Metros más adelante sintió una depresión en el terreno, la tierra se apretaba y un poco más allá estaba fangosa y se escuchaba un débil correr de agua. Supo que había llegado a lo que quedaba del río. Años atrás había sido un buen lugar para refrescarse y descansar, pero de un tiempo a la fecha había disminuido la corriente. Se acercó con cuidado, los pies se le hundían en el lodo, con cuidado se acercó hasta tocar el agua. Casi pierde una de sus botas atascada en el lodo. Estaba seguro de que si avanzaba en dirección de la corriente podría llegar al pueblo y pedir ayuda.

Escuchó ladridos a lo lejos y se inquietó porque de siempre había escuchado que los animales perciben a las ánimas y, aunque él nunca se había encontrado con una, había algo en el gruñir de los perros que lo ponía nervioso. Se santiguó y le pareció sentir su cara hinchada casi con deformidad, eso lo hizo pensar que sufrió una caída y el golpe por ésta le había dejado ciego.

Siguió caminando, sentía una terrible una pesadez, era como si estuviera aprendiendo a caminar por primera vez, quería tumbarse donde fuera y descansar, pero tenía miedo de los animales que se pudieran aprovechar de su indefensión como había pasado cuando despertó. "¿Qué día es hoy?", pensaba cada tanto, pero la memoria no le era de ayuda.

Siguió caminando por varios minutos, un par de horas quizá. Hacía frío, pero debía ser por las incontables madrugadas en las que se levantó antes del amanecer que ya no surtía efecto en él como antes. Una ligera llovizna comenzó de pronto. Fue una suerte realmente, gracias a ella pudo encontrar una casa, su casa, al identificar el goteo del tejado a los botes que estratégicamente había colocado para recolectar agua de lluvia. Dio gracias al cielo de haber colocado los contenedores a distintas alturas, de los días pasados en que la lluvia le permitió escuchar y memorizar ese sonido que hoy era una pista sonora de donde estaba. Ahora sí, estaba casi en el pueblo; su casa estaba al norte un poco lejos de la mayor parte de las casas. era una zona más tranquila. Tanteando llegó a la puerta y comprobó que estaba cerrada, entonces buscó en su bolsillo y sacó las llaves. Tocando cada una de ellas hasta dar con la más larga, la introdujo mientras con la otra mano tiraba levemente de la puerta, quien le hubiera visto no podría haber adivinado que estaba ciego. Limpió la suela de sus botas al entrar. Sabía de memoria el camino a su cuarto y, aunque pensó en detenerse antes en la cocina, optó por ir primero a asearse. Entró al baño, se lavó las manos y continuó hacia la recámara. Sacó ropa limpia, buscó su camisa favorita con bordados en los bordes, las manos sabían reconocer entre las texturas cuál era cada prenda, casi podía distinguir el color de una y otra. Se bañó con agua fría y la visión de sí mismo tirado sobre el suelo en la noche helada lo estremeció. Era un vago recuerdo de la noche en que despertó, o al menos eso pensaba.

Se vistió sin problemas, más de una madrugada había preferido hacerlo a oscuras para ganarle unos minutos al amanecer. Al abrocharse el cinturón notó que su cuerpo también estaba hinchado, como si hubiera ganado peso, debía ser así, pues el cuerpo le pesaba más de lo habitual.

¿Qué hora sería? ¿De qué día? Tenía un despertador de cuerda en su pieza, al menos podría saber una de esas dos cosas. Llegó, tomó el pequeño artilugio con una mano, se colocó frente al muro, tanteó la distancia un par de veces tocando la pared con el reloj, al tercer movimiento lo estrelló de manera firme, de modo que rompió el vidrio. Con sumo cuidado tocó la carátula, apenas rozando las manecillas para evitar alterar su posición y cortarse con los fragmentos de cristal que aún quedaban. Eran las siete con cuarenta y tantos minutos, sabía que era de mañana, pero no tenía idea de qué día de la semana era. Se sentó en el borde de su cama. "¿Qué hacer?", pensaba.

El sonido de la campana haciendo el primer llamado a misa lo sacó de sus pensamientos. Decidió ir, le daría gusto encontrarse con gente conocida y, probablemente, obtener un poco de ayuda; a pesar de que hasta el momento se las había arreglado bien, todavía tenía incertidumbre por su situación.

A tientas, revisó sus prendas, guardó las llaves de su casa en el bolsillo y salió rumbo de la iglesia, bien recordaba la sensación del camino bajo sus pies, la gravilla crujiendo al recibir el peso de cada paso hasta la avenida. Nunca había contado sus pasos pero sabía el camino y sin problema podía recorrerlo aún sin mirar. Aquella vereda conectaba con un camino empedrado, un poco viejo, pero se mantenía en buen estado. "Llegando al empedrado, das vuelta a la derecha, ahí sigues hasta donde se escuchen los gallos, es el criadero de Doña Mary, puro gallo campeón..." pensaba para sí, como si diera indicaciones a alguien más. La brisa matutina era agradable cuando llegó al criadero. "Llegando al criadero hay que dar vuelta a la izquierda, esa es la calzada principal, todo derecho está la plaza y ahí, la iglesia. No hay pierde, la fuente está cerca, tanto que se podría escuchar misa desde ahí", también pensaba que hacía buen rato que la misa había empezado y se lamentaba que a pesar de su fortaleza, sus piernas ya no le ayudaban como antes. "Es el peso de los años, Crescencio".

Con suerte, llegaría antes de que la misa terminara y aún si no, habría gente yendo al mercado o a encargarse de algún mandado. Todo el pueblo lo conocía, alguien, alguna persona podría ayudarlo.

El chirrido de una máquina le avisó que ya estaba cerca, el molino del pueblo ni en domingo descansaba. Más adelante, la fuente que fuera el orgullo de administraciones pasadas, seguía siendo alegría de chicos y grandes, sobre todo los días de calor. La misa estaba por terminar y Crescencio quería encontrarse con el cura, le apenaba saber que llegaría tarde a la iglesia, pero sentía urgencia de entrar en la casa de dios; dentro de sí sabía que era lo único que calmaría su inquietud.

Estaba tan cerca que podía escuchar hablar al sacerdote, "Roguemos, hermanos, por las almas angustiadas, por nuestros enfermos y desahuciados, Especialmente quiero pedir que eleven una plegaria", comenzaba ya las palabras de despedida y sintió una terrible prisa por entrar, tanteó la puerta pero la premura lo traicionó y golpeó una mesa de la que cayó un florero, "por nuestro hermano desaparecido hace dos semanas, Don..." decía el padre al tiempo, "¡Crescencio!" exclamó palideciendo, mientras el florero se hacía pedazos contra el piso. La gente volvió la vista. Crescencio por fin había llegado a su destino y podría estar en paz.

Frente a los ojos de los atónitos feligreses, entró al templo el cuerpo de Crescencio Pérez con la cabeza destrozada, para desplomarse y no volverse a levantar.