viernes, 30 de marzo de 2018

Gente peligrosa

Gracias a toda la gente peligrosa que ha entrado en mi vida;
a los que se quedan y a los que se van, no sin antes dejarme
una enseñanza. Este texto breve es un agradecimiento
y muestra de toda la admiración que siento por ustedes.


Queridos papá y mamá:


He pensado poco la forma de decirles esto y pienso que es posible que me falte algo de tacto. No quisiera preocuparles, pero he comenzado a juntarme con gente peligrosa con regularidad y si no los veo, les escribo; y si no les escribo, los leo; ya de menos, los sueño.


Estoy reuniéndome a menudo con traficantes que por debajo de la mesa me procuran una buena dosis de poesía, que hacen que me eleve con una pieza musical, que me invitan a inhalar la vida hasta el exceso. Gente peligrosa, ya les digo, porque andan por ahí con el alma cargada, como si cualquier cosa.


Queridos papá y mamá, esa gente me ha tocado el corazón y me gustó. Perdí la vergüenza y me encontré con ellos, prestos a mostrar sin pudor sus anhelos más íntimos y muy deseosos de estimular los míos; gente que ha posado su vista en mis alas invitándome a abrirlas y usarlas sin mesura ni recato.


Lamento mucho tener que decirlo, pero prefiero que se enteren ahora por mí y no lo sepan después de voz de alguien más: me reúno con gente peligrosa que se empeña en matar a la rutina, que no teme mostrar sus sentimientos, que tiene ideas propias y me alientan a defender la mías, que abrazan un sueño y me contagian de su entusiasmo.


Yo quisiera poder encajar en el molde, pero siento que es tarde para cambiar y lo que más quiero es, que con el tiempo, ser peligrosa yo también.

martes, 27 de marzo de 2018

Ficción interior.

A veces algún personaje se ofrece para encauzar las
emociones que no logro expresar correctamente.


Llegó al pueblo el mismo día que la oscuridad. Era todo lo que se sabía, la gente no le hablaba y él no los buscaba, sólo unos cuantos convivían de vez en cuando con él, con su ayuda se hizo pescador para poder sobrevivir.

***

Recuerdo ese día porque fue la última vez que vi la luz del sol.
La oscuridad llegó de pronto, no hubo atardecer ni nada lo anunció, sólo se hizo de noche como si una pesada cortina se hubiera cerrado sobre nuestro cielo. Creí haber visto una estrella fugaz cuando todo comenzó y no tuve tiempo de pedir un deseo, si hubiese podido posiblemente habría deseado algo sin importancia.

Pocos días después encontré a la niña, parecía extraviada; quise devolverla con sus padres o ayudarle a llegar a casa, pero ella no sabía nada y yo, francamente, no pude dejarla. Era como si mi norte cambiara repentinamente y mi única ambición en la vida fuera protegerla. Consciente o no de ello, la decisión fue fácil. Sin nadie en casa que esperara por mí, la tomé para darle cuidado y salimos camino al mar porque era allí donde ella dijo que debía llegar.

Me resulta difícil pensar y decir días cuando todo ha sido oscuridad desde entonces.

El mar estaba cerca, pero parecía como si toda la gente hubiera desaparecido, las opciones eran pocas y tuvimos que ir a pie, dormíamos donde el cansancio nos alcanzara.
Quizá tomó dos días o un poco más, la cuenta del tiempo se pierde con facilidad en tales circunstancias.

-Debemos encontrarlo -despertó sollozando la niña -por favor, debemos encontrarlo, si no lo hacemos todo acabará.
-Ven acá -dije y la abracé, sólo atiné a consolarla no sabía de quién hablaba, supuse que sería de su padre, aunque ella no lo pudiera recordar.

Cuando por fin llegamos al puerto, para mi sorpresa había alguien ahí. Un viejo que dijo ser un ex coronel, de aspecto temible, serio pero bastante amable. La niña lo miró por un rato.

-¿Tú serás tan fea? -dijo por fin, no esperaba esas palabras de ella, me congelé y miré al viejo acercarse a ella.
-¿Bromeas, verdad? -replicó el hombre y la tomó en brazos, mi corazón dió un vuelco -esta bella dama nunca envejecerá y si lo hace estoy seguro que lucirá mejor que yo -dijo con una sonrisa -dime algo pequeña, ¿Cómo te llamas?

El silencio por un instante fue abrumador, yo jamás pensé en preguntar su nombre.

-No tengo nombre, señor -Respondió ella y el viejo me lanzó una mirada de reproche, yo guardé silencio y agaché la cabeza.
-Es una larga historia -respondí.
-Ya me explicarás más tarde -dijo él.

Entramos a su casa cerca del embarcadero. Nos alimentó y nos dio un sitio en el que pudimos descansar. Pronto dormimos profundamente.

Desperté, hacía frío y la luz iba y venía con un zumbido, el viejo me sonrío.
-¿Dónde está la niña?
En silencio me señaló el sofá en el que ella dormía.
-Despertó, dijo que tenía pesadillas y se sentó junto a mí. Le conté una historia y eso la calmó, no quise moverla de nuevo para evitar que se despertara.
-Está bien, muchas gracias.
-Ella no es tu hija, ¿Cierto?
-No, yo... la... la encontré. Cuando la oscuridad llegó vagaba sola y no tuve corazón para dejarla -respondí.
-La necesitas y mucho más de lo que ella a ti. Se nota.
Sólo asentí, parecía que para él era un libro abierto.
-Por cierto, mi nombre es Mauro -dijo alargando la mano hacia mí.
-Soy Clara, encantada -estreché su mano.
-Tomemos un poco de café -sugirió y lo seguí a la cocina -¿No le darás un nombre?
-¿Cómo?
-A la niña, no podemos llamarla sólo “niña” todo el tiempo.
-No lo había pensado en realidad -respondí con cierta vergüenza.
-Lucero, es un lindo nombre, creo que le va bastante bien -sugirió.
-Su mirada ilumina -complementé y sonreí antes de dar un sorbo al café.

***

Montado en una barca, el navegante miró a hacia el pueblo que hasta el momento le había dado cobijo, miró el faro a lo lejos como si su luz le llamara. Sintió un hueco en el pecho, entonces decidió tirar la brújula al mar.

***

El clima era fresco y decidí salir a caminar. Al llegar al puerto sentí una presencia detrás de mí, giré y pude verlos: un par de perros negros de ojos brillantes y feroces que enseguida comenzaron a gruñir. Fui presa del pánico, no podía correr porque estaba segura de que me atraparían. El viejo llegó silbando, los perros como si le temieran se alejaron en seguida.

-¿Qué haces afuera?
-Sólo quería caminar un poco.
-Escúchame bien: no vuelvas a salir sola, no a estas horas. Puede que no lo notes, ahora es muy difícil entender de tiempos, pero no desatiendas nunca el reloj. Eso que viste ahí son las ánimas del puerto, mientras más días de oscuridad pasan aparecen con mayor frecuencia y por más tiempo. Nunca, por lo que más quieras, nunca salgas sola a esta hora.

***


Dormíamos y entre sueños escuché a la niña teniendo una pesadilla.

-Debes encontrarlo -dijo llorando justo al despertar.
-Está bien, tranquila, ha sido sólo un mal sueño -intenté consolarla.
-¡No! ¡Debes encontrarlo!
-¿Encontrarlo? ¿A quién?
-Yo... no lo recuerdo... es... un hombre pero... no recuerdo quien es -dijo con un triste -¡Por favor, debes encontrarlo!
-No entiendo, ¿Qué pasa si no lo encuentro? -pregunté confundida y pude ver una mezcla de emociones en su rostro, sus ojos se llenaron de lágrimas.
-Si no lo encontramos todo acabará.
-Vamos, intenta dormir de nuevo -Le dije y la abracé, pronto se quedó dormida de nuevo.

"Todo acabará" la ternura de la niña y la dureza de las palabras causaban un choque en mi cabeza, el resto de la noche no pude sacar esas palabras de mi cabeza, no logré conciliar el sueño otra vez.

***

Todo el mundo pudo verlo: con el correr de las horas las estrellas iban desapareciendo. Al principio fue casi imperceptible, las más lejanas, las menos brillantes, una a una se fueron ocultando. ¿Tenía sentido que se apagaran? Tampoco tenía sentido la noche sin fin y sin embargo era algo que estaba pasando. Se temía lo peor y es que cuando no hubiera más estrellas en el cielo ¿Qué les quedaría por perder? ¿La luna? Muchos temían que eso sucediera.

***
Aquel hombre desconocía la razón por la cual dentro de su pecho algo cobraba vida al mirar el faro, el anhelo de llegar a ese lugar lo hacía sentir más vivo, éste no quedaba demasiado lejos, no más de un día de viaje en una embarcación grande, pero él sólo tenía una pequeña barca lo cual le representaba algunas complicaciones para llegar a su destino. Sin embargo el clima parecía estar de su lado, pues el cielo estaba despejado y la luna brillaba iluminándolo todo. El mar en calma facilitaría las cosas. Esperaba no demorar más allá de dos días, eso le daba paz.
Luego de cerciorarse que era seguro tomar una siesta se entregó al placer del sueño, no supo cuánto había dormido, quizá hubiesen pasado horas, tampoco supo cómo pero al despertar estaba de vuelta en el puerto del que había partido.
Molesto por haberse quedado dormido volvió de nuevo al mar, sintiendo un gran pesar por el retraso que representaba haber vuelto. Luego de varias horas de remar decidió tomar un descanso pero no volvería a quedarse dormido. Sentado dormitaba cuando pasó: algo en el agua emergía y tomaba control de su bote, no lograba distinguir qué era y menos aún entendía la situación, lo que sabía es que no iba a permitir que lo devolvieran de nuevo puesto que lo único que deseaba desde el fondo de su corazón era llegar al faro. Tomó uno de los remos, trató de golpear y  en efecto lo logró, la cosa aquella soltó un gruñido, pero siguió haciéndose con el control de la barca. El hombre no sabía cómo librarse, con todas sus fuerzas moviéndose de un lado a otro con el remo en mano golpeaba furioso.

-¡Nunca permitiré que me detengas! ¿Lo escuchaste? ¡Nunca! -Gritaba y golpeaba tanto como podía, poco a poco recuperó el control de la barca, bastante agotado pero feliz de poder continuar su camino.
-No podrás detenerme, seas lo que seas, no impedirás que llegue al faro -murmuró mientras se secaba el sudor y una lágrima que el cansancio había hecho brotar.

***

-No, lo que dices no tiene sentido, no es prudente que salgan. ¿Puedes, por favor, repetirme tu historia? ¿A quién van a buscar?
-No... yo no lo sé -respondí al viejo que me lanzó una mirada de reproche.
-No puedo creerlo, dices que saldrás a buscar a un hombre que ni tú ni la niña conocen sólo porque ella a mitad de una pesadilla lo mencionó, ¿Cierto?
-No puedo explicarlo mejor, sólo sé que debemos encontrarlo. Si usted la hubiera escuchado puedo asegurar que también estaría preocupado y convencido, muy convencido de buscar al hombre del que no conozco más que su existencia.
-No son horas de salir, recuerda que las ánimas de puerto tienden a estar más activas en estos momentos. Por ahora no pienso discutir esto, deben dormir. Pensaré en lo que me has contado, no tiene sentido para mí y no lo tendrá, eso de antemano lo prometo. Vayan a la cama y hablaremos por la mañana.

En realidad era tarde, desde que el viejo me invitó a no desatender nunca el reloj seguí su indicación, poco a poco comenzaba a recuperar la noción del tiempo.
Esa noche dormí poco, estaba preocupada porque para mí había claras señales de que todo acabaría. No sé cómo es que dejé que la niña me convenciera tan fácil con sus historias, muy en el fondo del corazón no podía hacer más que creerle. Por mínima que fuera la esperanza que planteaba, eso era para mí: una esperanza.

Ese día lo último que recuerdo haber visto por la ventana antes de dormir fue una estrella desaparecer, una sensación de vacío se instaló en mi pecho.

Al día siguiente el viejo esperaba ya sentado a la mesa, había café caliente y había hecho huevos para el desayuno.

-¿Y todo esto? -pregunté.
-Si han de marcharse, lo mejor es que salgan bien alimentadas, aunque honestamente prefiero que esperen aquí al menos unos días más o que no se vayan. Este pobre viejo se ha encariñado con ustedes. ¿Qué le voy a hacer?

Me partió el alma escucharlo, el hombre realmente tenía un buen corazón. Durante los días que estuvimos a su lado no había hecho más que cuidar de nosotras aún sin conocernos. Yo tampoco le quería dejar, pero la sensación de urgencia al pensar en ese hombre desconocido me instaba a comenzar su búsqueda a la brevedad.
Al término del desayuno nos disponíamos a salir, habíamos avanzado pocos metros de la casa cuando frente a nosotras aparecieron dos perros enormes: animas del puerto. La primera vez no los había mirado con atención, pude ver que  tenían ojos muy brillantes, dientes afilados y un destello que venía del lugar que ocupara su corazón. Nos gruñeron y esta vez avanzaron, no parecía ser una simple advertencia. Escondí a la niña detrás de mí para protegerla.

-No te muevas, no corras -le dije tratando de mantener la calma.
-¡Vuelvan a la casa, corran! -gritó el viejo y al volver la vista noté que había al menos tres perros más que se acercaban.

Tomé a la niña en brazos y corrí con todas mis fuerzas, Mauro nos esperaba en el umbral. A toda velocidad entramos y él cerró.

-¿Qué ha sido eso? -pregunté con la voz entrecortada por la agitación.
-No los sé, sólo sé que no son las horas en las que regularmente se les vería por aquí -respondió él -¿Están bien?
-Sí -dije tomando aire, ambos volteamos a ver a la niña.

Lucero apenas había hecho ruido, estaba parada junto a la ventana, miraba absorta a los perros.

-No me dan miedo -dijo finalmente
-No sabemos qué tan peligrosos sean -replicó Mauro -será mejor que no abandonen la casa hasta que encontremos otra alternativa, de todas formas están buscando a alguien cuyo rostro no conocen, ¿Cómo saben si en realidad existe?
-Él existe y tenemos que encontrarlo, por favor, tenemos que encontrarlo -dijo la niña al escuchar al viejo y sus ojos se llenaron de lágrimas, yo sólo pude mirar a Mauro buscando aprobación o consuelo, quizá ambas, el asintió.
-Buscaremos una solución -dijo a Lucero acariciando su cabeza, besó su frente y la abrazó.

Podía ver la inquietud en su cara, ella quería salir lo antes posible y en tanto no encontráramos una solución no estaría en paz.

***

El navegante dormitaba por momentos pero cualquier movimiento lo despertaba con facilidad. De pronto podía escuchar como aquello rozaba con las garras el bote.
¿Qué era? ¿Un animal, un espíritu quizá? Se armó de valor para mirar hacia el agua, la negrura poco le permitía distinguir.

-No llegarás -le dijo una voz salida de ningún sitio, sonaba como el viento herido por las ramas y habría jurado que eso era de no ser porque estaba en medio del mar.
-Nadie va a impedir que llegue -respondió en actitud retadora.
La barca se sacudió levemente.
-Las estrellas se siguen apagando, pronto lo único en el cielo será la luna y cuando la luna se apague también todo habrá terminado, entonces habré ganado -replicó aquella voz -todo estará en penumbra, yo dominaré la tierra, ¿Crees tú que me preocupa que un pobre pescador como tú intente hacer nada?
-No estarías aquí si no te preocupara -tomó con fuerza los remos preparándose en caso de un nuevo ataque.

Del agua surgió una forma casi humana, con garras enormes y, salvo por los ojos de brillo infernal, aquel ser era total oscuridad, tanto que parecía absorber la poca luz a su alrededor.

-Ni siquiera sabes qué debes hacer, si estoy aquí es por diversión, eres el único que se sigue aventurando al mar en estos días -dijo la criatura y sacudió violentamente la barca de modo que el navegante casi caía al agua.
-Es verdad -respondió a la criatura mientras se recobraba el equilibrio -pero igual llegaré, aunque no sepa que hacer.

La criatura se desvaneció en el agua con la misma celeridad que tomó forma en el aire.

-No importa lo que intentes, yo he ganado ya -dijo la voz.

Él se sentó, sintiéndose aturdido y derrotado. Aquel ser tenía razón, él ni siquiera sabía por qué deseaba llegar al faro, mucho menos lo que había de hacer una vez ahí. Más aún, por su cabeza no había cruzado la posibilidad de que él pudiera hacer algo para remediar la situación que atravesaban... ¡Pero la entidad lo sabía! De otro modo no habría intentado detenerlo, no importaba que no supiera que hacer, iba en la dirección correcta y eso era una prueba. Comenzó a remar con todas sus fuerzas, convencido de que debía llegar lo antes posible al faro.

***

Era como si las ánimas supieran nuestras intenciones de abandonar el puerto. Después de las primeras horas pudimos notar que ya no desaparecían, caminaban entre el embarcadero y la casa. Había al menos cinco de ellas y parecían estar demasiado atentas a lo que en la casa ocurría.

-Hoy será imposible salir -dije con desgano.
-Hoy y mañana, realmente no sabemos cuándo sea seguro volver a poner un pie fuera de la casa -dijo Mauro y su cara reflejaba una auténtica preocupación -en algún punto la comida se terminará.
-Tenemos que encontrarlo, yo no tengo miedo de salir, me da más miedo quedarme aquí y esperar que todo acabe -dijo mirando fijamente a través de la ventana mientras señalaba el cielo.
Nos dimos prisa y miramos: había tan pocas estrellas que resultaba fácil contarlas, peor aún, mientras mirábamos vimos apagarse tres más.

Lucero estaba muy afectada, en silencio comenzó a llorar.

-No lo lograremos -dijo y fue a sentarse al sillón llevando los pies a rastras.

Me senté a su lado y la abracé, Mauro llegó en seguida buscando palabras para darle consuelo, pero era notorio que no sabía que decir. Se sentó a nuestro lado tan contrariado como la niña.

***

El navegante pudo contemplar cómo las estrellas seguían desapareciendo, desde que había hablado con la entidad estaba pasando con mayor velocidad. Empezó a remar con todas sus ganas. No podía permitir que las estrellas desaparecieran, no sabía cómo, pero él debía hacer algo.

-¡Imbécil! -dijo la horrible voz - ¡No importa lo que intentes, no llegarás a tiempo!

El bote se empezó a sacudir con fuerza, sin moverse de lugar. El faro ya estaba cerca y aunque el agua estaba muy fría podría llegar nadando, sin dudarlo se tiró al mar donde fue recibido por una textura viscosa que le hería la piel como si estuviera llena de diminutas espinas. Nadó sin parar hasta sentir que dejaba atrás aquello, al volver la vista pudo ver los restos de su barca.

-No sabes qué hacer, estás cansado, no llegarás -podía escuchar a la entidad decirle una y otra vez mientras se acercaba a él y torturaba su cuerpo con el tacto abrasivo que poseía.

No supo qué tanto había nadado, a pesar del dolor tenía la esperanza de llegar pronto a la orilla. Cada estrella al apagarse le urgía a continuar con su camino, sentía ya no poder más cuando por fin vislumbró un embarcadero. Casi rozaba la madera cuando la entidad lo tomó de una pierna y lo levantó con la intención de lanzarlo; al navegante la piel le escocía ya que había recibido mucho daño durante buena parte del viaje y en ese momento sólo podía pensar en todo el esfuerzo que le había tomado y el fracaso en que estaba a punto de convertirse.

***

Dentro de la casa escuchamos a los perros comenzar a gruñir, algo o alguien estaba afuera, fui a asomarme a la ventana y pude notar que los perros corrían hacia el embarcadero. Pensé que era nuestra oportunidad.

-¡Salgamos! -le dije a Lucero -debemos aprovechar el momento.
-Voy con ustedes, no permitiré que nada les pase -dijo Mauro y nos dispusimos a salir.

Al cruzar la puerta nos dimos cuenta de nuestro grave error, pues afuera nos esperaban ya varios perros que vigilaban atentos. Por un momento creí que sería mejor volver a casa, el grito desgarrador de Lucero me sacó de ese pensamiento.

-¡No! ¡Déjalo, suéltalo! -gritó mirando hacia el embarcadero.

Entonces reparé en que había algo en el agua y un hombre intentando defenderse de aquello.

-¡Clara, haz algo! ¡Por favor, Clara, es él! -dijo la niña e intentó soltar mi mano con desesperación.

Los perros a nuestro alrededor parecían inquietos pero no trataban de atacarnos.

***

En el agua a punto de ser lanzado por la criatura, el navegante escuchó una voz infantil y su corazón dio un vuelco, tenía la seguridad de que era la niña a quien estaba buscando. Intentó librarse.

-Nunca lo lograrás -le dijo al navegante sujetándolo con fuerza. Lo levantó lista para terminar con él.

La niña gritó y corrió en dirección a ellos, pero los perros que ahí estaban le habían cerrado el paso rodeándola, al tiempo tres perros más habían llegado hasta donde la criatura y el pescador, saltaron al agua y comenzaron a atacar a la entidad. El pescador cayó, pero el golpe fue amortiguado por otro de los animales, mientras el ser oscuro se defendía de las dentelladas el perro que le había salvado del golpe le gruñó y él interpretó como que era mejor alejarse.

La mujer que estaba con la niña lloraba, no supo cómo se había soltado de su mano y ahora estaba ahí, rodeada por las ánimas del puerto. La niña lloraba pero no era el temor a los perros lo que la hacía sollozar, había visto que la luna comenzaba a menguar rápidamente.
El navegante tenía el cuerpo maltrecho, la brisa marina en ese momento resultaba una tortura, uno de los perros había ido a su encuentro y tirando suavemente de su mano lo guió hasta la niña.

Los perros que rodeaban a la niña abrieron paso, ella lo miró y su rostro se iluminó, el corazón de él le decía que al fin estaba completa su misión.

***

Para cuando llegué hasta Lucero aquél hombre estaba frente a ella, los perros ya no gruñían más, varios de ellos se habían encargado de deshacerse de la cosa en el agua.
No supe qué hacer, sólo me quedé mirando mientras la niña comenzaba a tararear aquella tonada que un día en la madrugada me despertara. El hombre, instintivamente la tomó en brazos y siguió la tonada también, ambas voces se acoplaban a la perfección y a pesar de no entender lo que cantaban me sentía profundamente conmovida. Un haz de luz los envolvió y justo en el momento en el que terminaban de cantar se dispersó en miles de direcciónes, ellos ya no estaban pero la luna volvía a brillar y el cielo una a una recobraba sus estrellas.

Caí de rodillas, la niña, mi niña no estaba más ahí. Aquel hombre al que miré por sólo unos instantes había desaparecido también. La mayor parte de las ánimas también se habían ido, excepto el más grande de los perros que se acercó a mí, me miró y recargó su cabeza en la mía, como si quisiera darme algún consuelo, pude ver de cerca sus ojos brillantes y hermosos, toqué su pecho que también destellaba y emanaba un calor que me daba paz. Mauro llegó, puso su mano en mi hombro, me ayudó a ponerme de pie.

-Tenían razón, debes perdonar a este pobre viejo -me dijo y la tristeza también permeaba en su voz.
-Ahora ya no importa, todo estará bien, ellos nos han salvado.
-Entremos a la casa -me dijo y caminé a su lado.

Entramos a la casa y el perro se echó en la puerta.
Mauro preparó té, fui a la cama pero tardé mucho en conciliar el sueño, miraba por la ventana el manto de la noche lleno de incontables estrellas.

Para cuando desperté el sol se levantaba  en el horizonte.

lunes, 19 de marzo de 2018

Primavera

Sintió un aguijonazo de calor cuando ella le sonrió entonces todos los colores se encendieron y se le pegaron al cuerpo.
Corrío, tuvo que esconderse. Un tambor primitivo marcaba el ritmo de su sangre. Tuvo que pensar en ella, en su sonrisa, en su cabello tan perfecto, en su piel tersa, mil veces en ella mientras se tocaba bajo las sábanas olvidando los prejuicios, la moral, olvidando todo porque todo en ese momento era ella y su sonrisa, ella y su perfume, ella mil veces rozando con la punta de los dedos el brazo de él y  plantándole un beso.
Cada roce era eléctrico y sentía morir de un momento a otro; por breves instantes el mundo desapareció, todo se volvió oscuro, él imaginaba que ella lo besaba y se entregaba aprisionándole con brazos y piernas, la imaginaba abrazándole la verga con los labios y abrasándole el alma con ese calor hasta el momento desconocido, llenando su boca de besos y regalándole la caricia húmeda de su lengua.
De pronto el mundo, ella, sus besos, las caricias, todo en absoluto, fue absorbido por una diminuta esfera blanca, apenas un punto de luz que él pudo contemplar como en cámara lenta justo un segundo antes de que todo explotara y entonces ella, el mundo, los besos, las caricias, todo, lo fue envuelto por oleadas de placer. Se quedó dormido hasta que la luz entrando por la ventana lo despertó. Era una fría mañana de enero pero no importaba, para él, ya era primavera.