domingo, 17 de febrero de 2019

El puerco

—¿A poco los puercos sienten? —preguntó ella con sarcasmo mientras en el piso un bulto encobijado se retorcía —, amarren al infeliz —ordenó.

En menos de dos minutos tuvo frente a su feroz mirada a un hombre atado a una silla.

—Nos la vamos a pasar muy bien, papacito. ¿Te acuerdas de mí, hijo de la chingada? —el primer golpe recibido venía de la amargura de esa voz. El hombre había bajado la cabeza para desviar la mirada, Ella lo tomó por los cabellos y repitió la pregunta.
—¿Te acuerdas de mí, animal? —tiró fuerte del mechón para dirigir la mirada del hombre hacia ella
Los ojos del hombre se abrieron como platos cuando la memoria lo devolvió de golpe al momento en que vio por última vez a esa mujer: una noche de marzo un par de años atrás.

***
—¿A dónde tan solita? —había preguntado él a la mujer que caminaba por la calle oscura de uno de los barrios marginales de la Gustavo A. Madero.

A «La loba» la tenían bien ubicada, de narcomenudista fue escalando, hasta controlar una buena zona, nadie la tocaba pues a fuerza de sangre había logrado hacerse del respeto de otros traficantes. Tenía a sus servicio principalmente a mujeres y jóvenes ansiosos de salir del barrio, ya fuera en un auto de lujo o en una carroza fúnebre; todos sabían el riesgo y estaban dispuestos a pagar el precio. La loba tenía labia, además de un físico impresionante: alta, su cuerpo trabajado en el gimnasio no era para atraer sino una advertencia en movimiento, sin embargo conservaba mucha feminidad resultando en una mezcla exótica.

—¿A dónde, mi reina? —volvió a preguntar el azul.
—A donde no te importa, cabrón.
—Yo que tú, respetaba el uniforme de quien me habla.
—¿Respeto? ¡Pff! Tú menos que nadie lo mereces. ¿Qué me dices del día que le decomisaste los dulces a Teresita?
—Invasión de la vía pública.
—No seas cabrón, Todos sabemos que le diste baje con su mercancía, te la chingaste en nombre de una ley en la que tampoco crees porque no la sabes cumplir.
La cara del puerco se puso roja de coraje, paró la patrulla y bajó junto con su compañero.
—Conste, pareja, que se encontró a la señorita en ejercicio de la prostitución en plena vía pública y se resistió a ser remitida ante el juez cívico.
—Así es, parejita —respondió el otro poli que hasta ese momento había permanecido en silencio.  
—¿Qué dices, pendejo?
—¡A mí nadie me pendejea, pendeja! —dijo el primer policía golpeando con la cacha la cara de la mujer quien cayó aturdida y con el pómulo reventado.

Rápidamente la esposaron y la subieron a la patrulla, pero nunca llegaron ante la autoridad. Conocían bien las zonas más aisladas, donde nadie los vería actuar con impunidad.
—Quién iba a decir que una hembra como La loba estuviera tan sabrosa —dijo él subiéndose los pantalones.
—¿La vamos a dejar aquí?
—¡No, cabrón! La vamos a dejar hasta la puerta de su casa,  para darle las gracias a su jefecita de haberla hecho tan aguantadora. ¡No seas pendejo!

Su compañero bajó la mirada.

—Te vamos a dejar ir con una advertencia: esto no pasó, Considéralo tu pago por derecho de piso si quieres seguir vendiendo chingaderas por aquí.

Ese día no sólo la cara de La loba había quedado marcada de por vida. Su alma tenía una herida que ni con la más cruel de las venganzas sanaría.

—Esto no se va a quedar así. ¿Me oyeron, putos? —gritaba ella mientras la patrulla se alejaba.

***

Ahora el puerco temblaba mirando la cicatriz del pómulo y la furia en los ojos de la mujer que estaba frente a él.

—Qué bueno que sí te acuerdas de mí, te estuve buscando por algún tiempo. Tu amigo tuvo un horrible accidente —hizo énfasis en esa palabra y unas comillas en el aire con las manos— tan borrachito andaba que se durmió en las vías del tren y ¿Qué crees? —acercó su boca al oído del policía—: se lo cargó la chingada, como te va a pasar a ti, hijo de perra. Pero no vas a tener tanta suerte, vas a sufrir un chingo, de eso me encargo. No me preocupa que encuentren tu cuerpo hecho pedazos, a más de uno nos estuviste chingando, pero sobre todo sabes que el sistema es una porquería. En una de esas te quedas como desaparecido por siempre. Todavía no lo decido.

Los últimos dos años habían vuelto a La loba una una mujer más fuerte aún. Se rumoraba lo cruel que era con la gente que le era desleal, lo despiadada que era con sus rivales, lo estricta con los que estaban a su servicio. A nadie perdonaba, pero sabía recompensar.
Se decía también que ella dejaba ir a su gente una vez que deseaban dejar atrás esa vida; que les ayudaba a irse lejos, donde estuvieran a salvo de ese ambiente y con eso se ganaba la lealtad del pueblo que veía en la droga la oportunidad de salir adelante.

Se paseó frente a él, sabiendo que dentro del cuartucho en el que estaban ella era quien dictaba las leyes.

—Extiendan bien sus manos y ajusten la mordaza, no quiero escuchar los chillidos de este.

Las fuertes ataduras mantenían las manos del policía extendidas, estaban ligeramente amoratadas por la presión de las cuerdas.

—¿Te acuerdas qué pasó la última vez que nos vimos, verdad? —por respuesta sólo obtenía un sonido ahogado por la mordaza y una mirada suplicante —, yo sí me acuerdo y me voy a encargar de que lo pagues con creces, cabrón.

Los ojos del puerco se llenaron de lágrimas. La loba le iba clavando con gran deleite alfileres bajo las uñas.

—¿Te duele? —preguntó y rozó sus labios sobre la mejilla del hombre—, vieras que lo estoy disfrutando tanto.

Tomó el alfiler clavado en el pulgar izquierdo y comenzó a moverlo de de un lado a otro separando la uña de la carne, tomando tiempo entre uno y otro dedo. pronto había levantado las diez uñas sin llegar a arrancarlas, en el suelo la sangre empezaba a formar pequeños charcos.

—Aquella vez yo no disfruté más de lo que tú lo estás haciendo ahora, pero ni siquiera deberías llorar, deberías estar agradecido de que nadie te está metiendo la verga, de que nadie te sofoca con el peso de su cuerpo y su aliento apestoso, de que las uñas te van a volver a crecer si sales vivo de esta —dijo arrancando de un tirón la primera de ellas.

Ese mismo día repitió la tortura en los pies y lo dejó. Había esperado mucho y tomaría todo el tiempo que le viniera en gana para cobrar su venganza.

Una cubetada de agua hirviendo fue la bienvenida al segundo día de su infierno.

—Dijo La loba que te diéramos un baño —soltó entre risitas burlonas uno de los ayudantes de la traficante —, ¿Tienes hambre, cabrón? Espero que no, porque de papear no dijo nada y si la patrona no dice, no se hace. Mira el lado bueno: vas a bajar esta panzota —dijo palmeando el voluminoso estómago del hombre.

La puerta se abrió y La loba entró.

—¡Qué bonito! Ya estás haciendo amigos. Te vamos a extrañar cuando nos dejes. Veamos, con qué podemos jugar hoy.

De la mesa seleccionó un teaser, lo hizo funcionar y llevó el chasquido eléctrico hasta la oreja del policía.

—¿Sabes qué es curioso? Que no sé tu nombre. Aunque no ha hecho falta, no puedo olvidar tu cara, maldito cerdo. No sabes cuántas veces me desperté llorando luego de soñar contigo. No sabes lo mucho que te odié luego de lo que me hiciste y lo mucho que deseaba este momento.

Accionó el inmovilizador en la nuca del hombre y éste quedó inconsciente. Hizo un gesto de aprobación con la cabeza y un par de personas se acercaron al policía.

El cuerpo dolorido lo despertó. Sintió que ya no estaba atado a la silla, sino que se encontraba en una cama, intentó tallarse los ojos. Una venda ensangrentada cubría el muñón en el que ahora remataban sus extremidades, manos y pies habían sido removidos mientras él estuvo inconsciente. La mordaza ahogó el sonido que pudo haber sido un desgarrador llanto.

—Creí que te perdíamos en la anestesia, pero ya veo que no. Bienvenido —dijo con una sonrisa casi grosera—, ya no vas a estar amarrado. La cama es más apropiada para alguien enfermito como tú. No te preocupes, te vamos a cuidar bien para que puedas recuperarte de la cirugía. La verdad no me gustaría que te mueras de una infección, quiero ser yo quien te mate.

El tono en la voz de la mujer iba de una ternura fingida al odio más puro.

—Tendrás que disculpar la falta de analgésicos. Cortar tus asquerosas manos fue idea de último momento. No te van a hacer falta, además no soportaba verlas.

Por dos días nadie se acercó a él, sólo La loba entraba al cuarto en el que lo tenía recluido para burlarse de su dolor y golpearlo con algún objeto al azar.  Tal y como le había anticipado nadie le iba a suministrar nada para el malestar. Apenas si dormía.

—Hoy, sí vas a comer. Yo misma hice algo especial para ti, hijo de la chingada y más vale que te muestres agradecido —dijo y le quitó la mordaza.
—¡Maldita zorra! Te vas a ir al infierno —recibió un golpe en la cabeza.
—Me voy a ir al infierno, no sin antes encargarme de que esto lo sea para ti —dijo sujetando su mentón y clavando con fuerza las uñas—, ya van a traer la comida y más te vale tragarte todo.

Un muchacho pálido y delgado entró con una cacerola y evitando mirar el contenido la dejó en la mesa cercana. Una oleada de asco y horror lo invadió al hombre al mirar la carne hinchada y cocida de su mano amputada, sobresalir en el trasto que recién habían llevado.

—Eres una pinche loca —recibió una bofetada.
—¡No me digas! Tú no eres nadie para juzgar, cabrón. Abre la pinche boca y trágatelo todo, no me canses la paciencia, porque aunque sea con embudo, pero me encargo de que te termines.

Era su primer alimento en días, se sentía tan asqueado como hambriento y llorando comía aquel caldo hecho con sus propios miembros. La loba inmutable, tomó la mano cocinada y comenzó a retirar la carne del hueso, desmenuzó una parte de la palma y la mezcló con el grotesco caldo. Tomó una parte con la cuchara y la acercó a la boca del policía.

—Ahora la carnita, verás qué bien te sienta y pronto te sentirás mejor.

Introdujo de golpe el alimento y con ambas manos evitó que el hombre escupiera, sus ojos se desorbitaban en un gesto de total desagrado. Masticó un par de veces y tragó a punto de ahogarse por la desesperación y la repulsión.

—Qué buenito eres, perro. Ya casi terminas tu comida, ¿Estuvo bueno?

La voluntad del hombre estaba quebrada por completo, lloraba desesperado, ansioso de que aquello por fin terminara. De pronto, afuera, se escucharon disparos.

—¡Loba! Es la policía —advirtió el muchacho enclenque desde el umbral de la puerta.
—¡Puta madre! ¿Y qué chingados esperas para hacer algo?
—Los mataron a todos —dijo el chico antes de caer y dejar ver una herida en el estómago.
—Considera esto mi regalo de despedida, culero —dijo ella y le besó la frente. Tomó un arma que estaba sobre la mesa y salió.

La loba fue abatida de inmediato, más tarde se sabría que el arma que portaba al momento ni siquiera estaba cargada. Aunque la versión oficial declaraba que ella y todos los ocupantes de la casa estaban fuertemente armados y habían disparado primero.

El policía Víctor Cuéllar había sido una víctima más de La loba a quien, por fortuna, lograron rescatar con vida.

Él habría preferido mil veces morir ese mismo día.

martes, 12 de febrero de 2019

Sueños

Tenía meses tratando de hacer el ejercicio de escribir sus sueños tan pronto como despertaba pero la mayoría de las veces no los recordaba o las prisas le ganaban y para cuando se acordaba de la libreta sobre el buró para sus anotaciones ya estaba camino al trabajo. Pensó que podría grabar el audio de la noche y quizá rescatar algo con ello, pero no siempre hablaba dormido. Estaba obsesionado por tener una forma de saber qué había soñado.

Una noche mirando televisión fue que llegó la idea, mientras veía un reportaje sobre el monitoreo de ondas cerebrales durante el sueño. “Si tan sólo consiguiera hacer algo así” dijo en voz alta. Así fue como armado de muy poco conocimiento pero un gran entusiasmo se dedicó a investigar y leer. Le tomó muchísimo más de lo que pensó pero una vez tomada la decisión no hubo vuelta de hoja.

Una mañana de invierno tuvo listo su primer prototipo: un viejo casco de ciclismo con un montón de cables saliendo por todos lados, conectados a una pequeña máquina que parecía una sumadora. Era tal su emoción por la noche que sentía que nunca lograría quedarse dormido, pero en algún momento rayando la madrugada, pasó. Al día siguiente se levantó con un ligero dolor de cuello, “habrá que hacerlo más ergonómico” pensó y tomó nota en una libreta de bolsillo. Rápidamente se dirigió a la máquina para mirar los resultados. El papel mostraba zigzags irregulares, estaba complacido con el resultado pero sabía que lo podía hacer mejor; continuó trabajando arduamente y lo que al principio parecía un imposible se volvió una realidad: el dispositivo fue capaz de hacer un registro por escrito describiendo exactamente lo que soñaba.

Una parte de sí quería dar a conocer su trabajo y otra pretendía conservar aquello en secreto. Al final decidió guardarlo para sí y evitar, de ese modo, que pudiera ser usado con otros fines.

Pasó varias semanas rememorando sus sueños sin ayuda, el proceso de creación del artefacto mismo lo obligó a volverse un experto pues debía corroborar la información que arrojaba el aparato; sin embargo decidió usarlo una noche que se sentía particularmente alegre pues una charla con amigos que hacía mucho no veía le trajo buenos recuerdos de su juventud y el barrio en el que había crecido.

Esa noche el subconsciente lo llevó aún más atrás, en sueños se vio en los días de infancia en que visitaba con frecuencia el parque cercano. Soñó con el único regalo que nunca recibió de pequeño: una bicicleta azul, entonces fue muy feliz. Al día siguiente despertó temprano, comprobó los resultados de la máquina. Y habiendo satisfecho su curiosidad respecto del buen funcionamiento de ésta, se fue a trabajar. Al cruzar el estacionamiento de la empresa algo llamó su atención, estuvo a punto de escupir el café que iba bebiendo pues en uno de los cajones para empleados se encontraba una bicicleta exactamente igual a la
de su sueño. Podía haber pensado que se trataba de una coincidencia, pero no, era una bicicleta azul pequeña, con los puños azules también y, sobre todo, portaba el mismo listón que en su onírica visión llevaba al momento de recibirla. En definitiva no era una coincidencia, pero entonces ¿Qué pasaba? ¿Alguien había descubierto su máquina? ¿Lo estaban espiando? ¡Imposible! Con todo y eso, el tiempo para preparar ese asunto de la bici en el estacionamiento habría sido insuficiente. Era una locura, tenía serias sospechas sobre lo que sucedió esa noche, así que para comprobarlas decidió que ese día usaría el casco de nuevo.

Contrario a lo que creyó, no le costó ningún trabajo quedarse dormido. Pronto comenzó a soñar con un ascenso en el trabajo y un jugoso aumento, en su fantasía podía darse lujos que en la realidad ni de lejos podría aspirar, tenía una vida fabulosa, hasta que sonó el despertador. Se fue emocionado a trabajar pensando que aquello que se le había presentado en sueños pasaría ese día, pero nada, nada en absoluto; fue un día de rutina más.

Cuando creyó que ya había perfeccionado su aparato pasó eso, ¿Había sido una enorme coincidencia? Algo le decía que no. Arduas semanas lo llevaron a concluir que el aparato era capaz de llevar a la realidad el eje en torno al cual se desarrollaba el sueño siempre y cuando fuera un objeto; no logró averiguar dónde aparecerían las cosas, pues no parecía haber un patrón, quizá algún pensamiento independiente al sueño era el que determinaba el lugar, quizá era mero «capricho del aparato» aunque, desde luego, sabía que no pensaba por sí mismo. Durante ese tiempo logró recolectar varios de esos objetos entre los que se hallaban un oso de felpa en la biblioteca, un precioso reloj dentro de su zapato, una jarra de cristal multicolor en la lavandería, incontables globos de colores atados a la portezuela de su auto, un zapato rojo y uno amarillo en la cocina… Pero muchos objetos no logró recuperarlos nunca, pues no supo cómo y dónde debía buscarlos.

Hasta ese momento tenía claro otra situación: en ninguno de sus sueños los seres vivos llevaban el protagonismo. Siempre era una cosa o una situación, pero nunca un animal o una persona. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si soñaba con alguien que ya había muerto? ¿Con alguien a quien no conocía? ¿Qué pasaría si soñaba algun animal salvaje? Le inquietaba mucho obtener respuestas pero éstas llegarían cualquier día, eso no podía decidirlo él.

Por mera precaución dejó de usar su invento un tiempo, hasta ese momento todo lo que había soñado resultó en objetos inofensivos, pero tenía miedo de que en algún punto una pesadilla suya se volviera realidad. Aunque casi nunca tenía malos sueños, había decidido posponer el uso del casco hasta que tuviera una pesadilla, «para mayor seguridad» pensaba.

Se sintió muy agradecido de su decisión. Cuando llegó la pesadilla que aunque breve fue muy intensa: él estaba en la guerra, su responsabilidad era custodiar una granada y lanzarla en el momento que se le indicara; pero justo en el punto en que estaba por lanzarla llegaban soldados del bando contrario, salidos de ningún lugar; él se quedaba con la granada en mano y en el momento que estallaba, despertó. No podía imaginar lo terrible que habría sido si algo así aparecía en un parque y algún pequeño hubiese pensado que era un juguete. Empezó a cuestionarse si debía destruir el aparato o dejar de usarlo. Tal vez, pero antes debía saciar su curiosidad por completo, aún quería saber qué pasaría al soñar con un ser vivo.

Todas las noches miraba su invento, puesto en mitad de la mesa como si de una pieza de museo se tratara. Se frotaba las manos,mas no se decidía a usarlo de nuevo o destruirlo. Le atormentaba la curiosidad. Comenzó a padecer de insomnio, se lamentaba a ratos haber construído tal artefacto; lo miraba con tristeza, habían sido muchas horas de investigación y trabajo y ahora estaban ahí, inertes, esperando peligrosamente a ser de alguna utilidad.

Pasaron varios días, en un momento de desesperación bebió suficiente alcohol para quedar somnoliento y se puso el casco. Soñó con una mujer a la que no recordaba haber visto antes, era muy hermosa, lo amaba profundamente y él a ella; aparente llevaban varios años de matrimonio. Por alguna razón se encontraban en una especie de jungla, buscando una bestia que se presumía era una especie prehistórica. Ella le explicaba que el acceso a esa área estuvo prohibido por mucho tiempo y que eran afortunados por tener oportunidad de buscar a ese ejemplar. Pasaban varios días sin rastro del animal hasta que una noche mientras dormían, éste atacaba su campamento. Aquello era un temible animal del tamaño de un elefante, su bufido era pesado, el cuerpo estaba cubierto de un pelaje grisáceo grueso al punto de parecer espinas, parecía una especie de felino con las orejas muy cortas y la cara chata. Todo lo que sabía es que debía proteger a su esposa a como diera lugar, así tuviera que matar a la bestia.

«Bip, bip, bip» el despertador interrumpió su sueño, adormilado escuchó la voz de aquella mujer llamándolo a la cocina porque estaba listo el café. Se quitó el casco, abrió los ojos y horrorizado descubrió que la bestia también estaba ahí.

lunes, 4 de febrero de 2019

Te lo prometo.

—Sólo he ido una vez al mar —dijo Marcia recargando la mejilla en el marco de la ventana, su mirada navegaba un mar de concreto.
—Lo sé, te prometo que en cuanto junte algo iremos —respondió Cristóbal.

Sabía que ella ya no lo escuchaba más, sus pensamientos eran libres y veloces, a diferencia de ellos, viviendo en ese cuarto de azotea en el que a veces parecía que tampoco había espacio para el amor. Ella miraba el atardecer, si algo le gustaba de ese lugar era la vista. Él le acarició la mejilla y pasó su mano por los largos cabellos castaños.

—Te lo prometo —repitió casi en un susurro.

Quizá ella ya no creía en sus promesas, quizá una a una se fueron apagando como las velas de un altar que nadie visita.

—¿Cómo terminamos aquí?

Pero Marcia no lo escuchaba, contemplaba como las luces a lo lejos se iban encendiendo para vestir al cerro vecino. El tomó el jarro con café caliente, en panera sólo quedaba una pieza, la dejó para después, mejor que fuera para ella.

Años atrás el futuro prometía otras cosas. Tan enamorados estaban que sin pensarlo dos veces se fueron a vivir juntos; sólo él trabajaba pero le iba lo suficientemente bien para pagar una renta de un departamento grande.
Recordó que entonces tenían la ilusión de formar pronto una familia, sin embargo pasaron los meses, luego los primeros aniversarios y la ilusión se volvió frustración. Hubo discusiones en más de una ocasión.

—¡Lo que no es para uno, no lo es, Marcia! Por algo pasan las cosas.
—¡Qué fácil! Al rato te buscas a otra que sí te pueda dar hijos, ¿No? ¡Por algo pasan las cosas! Entonces dime, ¿Por qué nos pasa esto?
—No sé —dijo mientras la abrazaba—, pero te prometo que ese nunca será un motivo para apartarme de ti.

La amaba tanto como entonces, pero las cosas habían cambiado mucho entre ellos.
Después de un tiempo vino un recorte de personal, el desempleo y con ello la mudanza a un departamento más modesto, la venta de bienes por cuestiones de espacio primero y por falta de dinero, después.

—Un amigo me dijo que nos fuéramos para Tijuana, hay oportunidad de cruzar al otro lado, uno de sus conocidos los va a pasar, pero necesita más gente, dice que ya hay chamba asegurada llegando, uno de sus tíos nos va a recibir.
—¿Estás seguro? Sabes que no tengo familia y tú nunca has sido apegado a la tuya, pero… no sé, siento feo dejar lo que conozco para ir a probar suerte.
—Este es nuestro chance, de aquí nos vamos pa’ arriba y será sólo por un tiempo. Lo prometo.

Vendieron lo poco que tenían todavía, a duras penas completaron el dinero para llegar a Tijuana y lo que pedía la persona que les ayudaría a pasar la frontera. El sueño se volvió pesadilla a los dos días de llegar, cuando un par de sujetos los asaltaron e intentaron abusar de Marcia. Ella recibió muchos golpes y, aunque sanó, no volvió a ser la misma. Aún varios meses después le costaba mucho trabajo salir sola.

Como pudieron reunieron dinero para regresar, Marcia no estaba dispuesta a permanecer en esa ciudad. Volver al DF quizá era de las pocas promesas que había cumplido.

Las cosas estuvieron peor a la vuelta, al volver sin dinero Cristóbal tuvo que tomar el primer empleo que encontró, no permitiría que Marcia lo pasara mal. El empleo pagaba poco a cambio de muchas horas, tuvieron que vivir en un cuarto de azotea muy pequeño. Él trabajaba duro, pero las horas extra arrasaban con el tiempo que antes pasaban juntos.

Marcia seguía sentada junto a la ventana, mirando el cerro ahora iluminado.

—¿Vas a tomar café? —preguntó él, mientras su propia taza se enfriaba.
—Tenía hambre, hoy no te esperé. Cris, voy a entrar a trabajar.

Él apretó la mandíbula y guardó un breve y pesado silencio. La única promesa que se había hecho a sí mismo era que nada le faltara a Marcia y hacerla muy feliz. Nunca se planteó la posibilidad de que ella trabajara. Ella ocupó la silla a su lado y lo miró.

—Cris, ¿Sabes que te quiero, verdad? ¿Todavía me quieres?
—Claro que te quiero, Mar. Lo que más deseo es hacerte feliz.
—Ya nunca pasamos tiempo juntos, todo es trabajo y cuando vuelves siempre estás muy cansado. ¿Eso te hace feliz?

Negó con la cabeza y sintió todas las promesas incumplidas atorándose en su garganta justo en ese momento.

—Tú te mereces mucho más —dijo y sus ojos se humedecieron.
—Sé lo mucho que te esfuerzas, no quiero discutir sobre ello. Pero esto no es vida, Cris, ya casi no estas conmigo. No extraño el departamento anterior, te extraño a ti. Por mucho tiempo dejé que llevaras la carga, pero de seguir así estaremos cada vez más solos y tristes. Hoy salí a una entrevista, no es mucho lo que pagan porque no tengo experiencia, pero acepté —con sus manos envolvió las de él que estaban alrededor de la taza— a veces el plan original no funciona y hay que improvisar.

Al mirarla de frente descubrió ese brillo que hacía mucho no tenía en la mirada. Sabía que tenía razón. Se sonrieron. Ella se puso de pie y lo abrazó contra su pecho.

—Vamos a estar mejor, te lo prometo —dijo ella y lo besó en la frente.