sábado, 22 de junio de 2019

Gatito

—¡Gerardo, Gerardo! Despierta —susurraba Sonia mientras movía a su esposo que dormía profundamente.
—¿Mmmmh? —fue la mejor respuesta que el hombre pudo emitir.
—Gerardo, despierta, hay algo en la casa.
—Es un gato, está en la calle. Duerme, mujer.

Sonia hizo un esfuerzo por ignorar el constante maullido, le parecía que el animal estaba sufriendo y necesitaba ayuda. A duras penas concilió el sueño.

—Buenos días, amor, ¿Cómo estás? —preguntó Gerardo.
—Dormí pésimo.
—Lo sé, no dejaste de dar vueltas hasta como las siete de la mañana.
—¿Las siete? ¿Qué hora es?
—No te angusties, es tarde pero ya hice el desayuno —la reconfortó.
—Nunca me quedo dormida.
—Nunca te había visto dormir tan preocupada.
—Lo sé, sólo de pensar en el pobre animalito, no sé, me dio tristeza y me inquietó no saber si estaba bien.
—Me di cuenta, ya no se escucha, debe estar bien. Anda, vamos a desayunar —dijo con una sonrisa cómplice.

Gerardo y Sonia eran una pareja joven, llevaban poco más de año y medio juntos. Atravesaban un duelo después de que Sonia tuviera un aborto espontáneo, iba a ser su primer hijo y lo esperaban con mucho amor. Fue un duro golpe para ambos, pero Gerardo lo sobrellevaba mejor, Sonia estaba deprimida y él hacía todo lo que podía por verla mejor.

—Después del desayuno puedes volver a dormir si quieres, te vendría bien descansar.
—Gracias, creo que haremos la siesta por la tarde, hay cosas por hacer. Todavía no hemos —hizo una pausa larga y suspiró—… nos falta desocupar el otro cuarto.
—Lo sé, amor, lo haremos cuando te sientas lista —dijo besándole la frente—, vamos a tomarlo con calma.

Ella asintió y buscó refugio entre sus brazos, no podía creer que apenas un par de meses antes estaban eligiendo los colores para el cuarto del bebé, para luego ir a parar a urgencias de forma inesperada. Ocho semanas con el corazón roto, un mes sin conseguir entrar de nuevo a esa habitación.

—¿Quieres salir? Deberíamos ir a caminar o algo, no es bueno que te la pases encerrada.
—No, no estoy lista, no puedo.
—En algún momento tendrás que hacerlo y enfrentar al mundo.
—Ya sé, pero… no puedo, no puedo —empezó a sollozar.
—Tendremos una nueva oportunidad, verás que sí.

Gerardo tenía que permanecer fuerte para ella, pero se sentía igual, las mujeres embarazadas o con niños en brazos le recordaban la oportunidad que ellos habían perdido y sólo tenía ganas de desmoronarse.
Pasaron el día en casa, no consiguió hacerla salir. Tenía esperanza de que mejorara su ánimo, pero sabía que tomaría tiempo. Poco antes de las diez de la noche, Sonia se fue a la cama. Gerardo la alcanzó casi una hora después.

Llevaban ya varias horas durmiendo cuando Sonia despertó de golpe.

—Gerardo, ahí está de nuevo. Gerardo, despierta.
—¿Qué pasa? —preguntó tratando de despertar por completo.
—El gatito, ¿Lo escuchas?
—Sí y creo que no está en la calle.
—¿Entonces?
—Creo que está en el drenaje.
—¡Ay, no! Tenemos que ayudarlo.
—No podemos.
—¿Y si se muere? —la voz de Sonia se quebró al preguntar.

Gerardo la escuchó y algo en su interior le dijo que ayudar al animal serviría para subir el ánimo de su esposa.

—No le va a pasar nada, voy a sacarlo de ahí —respondió Gerardo con total resolución.
—¡Muchas gracias, amor! ¡Gracias! Gracias —repetía ella con los ojos llenos de lágrimas.

Aguzó el oído, un ligero eco hacía las cosas confusas, no parecía estar cerca de ninguna coladera.

—¿Dónde estás y cómo llegaste ahí, amiguito? —habló Gerardo para sí.

Sólo podía pensar que había llegado por alguna desde la calle y que había encontrado la manera de colarse al drenaje de la casa, aunque no lograba explicarse cómo.
No importaba, de igual forma tendría que buscarlo. Pensó en colocar alimento para atraerlo, pero luego imaginó que las ratas podrían encontrarlo primero.
Después de intentar por un buen rato sin éxito, decidió detenerse y decirle a Sonia. Se sentía frustrado pues esperaba rescatar al pobre animal, sin embargo, nada podía hacer; más aún cuando el maullido había cesado varios minutos atrás dejándolo imposibilitado para localizar al gato.

—Creo que no será posible, ya dejó de llorar y así no lo puedo encontrar.
—¿Entonces qué va a pasar?
—Te juro que he hecho todo lo posible. Si vuelve a maullar lo intentaré de nuevo.

Pero las horas pasaron y no volvieron a escuchar al animal sino hasta muy entrada la madrugada. Esta vez fue Gerardo quien se percató primero.

—¡Sonia, Sonia! ¡Ahí sigue, puedo escucharlo!
—¿Qué hora es?
—No importa qué hora sea voy a tratar de encontrarlo. Lo salvaré.

Gerardo se armó de paciencia, dispuesto a dar con el gato. Se escuchaba cerca, posiblemente en la coladera del patio, que era más bien pequeño. Se abrigó y salió. Efectivamente se escuchaba muy cerca, eso lo entusiasmó. Rápidamente retiró la tapa del registro, podía escucharlo con claridad; lo llamó intentando que su voz lo guiara hasta él, pronto llegó a la conclusión de que habría que tomar medidas drásticas si pensaba salvar al animal.

—¡Ya lo encontré! Está en el patio, creo que está atorado, lo voy a ayudar. No podemos dejarlo morir —dijo y tomó un mazo.

Comenzó a levantar el concreto, trabajosamente pero sin perder el ánimo; su mujer había salido de la cama por el ruido y lo miraba sorprendida, no pensó que las cosas tomarían ese rumbo, pero le causaba alegría que hubiera sido así.

—¿Quieres que te ayude? —preguntó finalmente.
—Sí, trae la lámpara, necesito que me alumbres.

Ella lo hizo, con esperanza de que lo pudieran rescatar.

—¡Puedo ver algo! Pero todavía no lo alcanzo.
—El patio está quedando hecho una desgracia —rió ella—, más te vale que lo saques.

Era la primera vez que la escuchaba reír en semanas, eso lo animaba aún más. Varios minutos después pudieron ver algo. No sabían cuánto llevaba el animal recorriendo las cañerías, aunque no se apreciaba el cuerpo completo se notaba que había perdido pelo y la piel había adquirido una coloración extraña.

Gerardo intentó llamarlo, el maullido cesó, pero el animal no se movió de su sitio. Pensó que tal vez estaba muy débil, finalmente decidió alcanzarlo y sacarlo con sus propias manos. Cuando lo tocó emitió un leve quejido, su mujer se aproximó rápidamente para verlo de cerca. Justo cuando ella lo hizo él notó que aquello no podía ser un gato, pero no pudo reaccionar: la pequeña bestia que traía entre las manos saltó al cuello de Sonia y le destrozó la garganta. Horrorizado, Gerardo veía a su mujer sin saber qué hacer o cómo ayudarla, perdió de vista al pequeño monstruo del cual ni siquiera estaba seguro de cómo lucía. Se agachó a revisar a su esposa, rogando porque siguiera con vida y así era, pero dentro de sí sabía que aquella herida hacía de la muerte algo inminente. La tomó entre sus brazos.

—Vas a estar bien, voy a llamar una ambulancia —dijo.

Mientras lo escuchaba, Sonia abrió los ojos enormes, por última vez; lo último que vió fue a esposo corriendo la misma suerte que ella minutos antes.

martes, 11 de junio de 2019

Viral


Era el video más gracioso que jamás había visto, lo mandó a todos sus contactos, éstos a su vez hicieron lo mismo. Media hora después seguía riendo de forma incontenible. Pronto, el video llegó a todos los canales de televisión. Tres horas después estaba exhausto sin poder dejar de reír, igual que miles de personas que lo habían visto ya. Luego de varias horas más, finalmente colapsó y cientos de miles lo hicieron también.
En algún punto, alguien que recién despertaba, entró a tuiter. "¿De qué me perdí?" Escribió, pero la respuesta nunca llegó.

domingo, 2 de junio de 2019

Cartas

—¿La trajiste? —fue la pregunta con la que lo recibió en la reunión una chica de cabello ensortijado.
—¡Obvio! —respondió él, guiñando el ojo.
—Sabía que podíamos contar contigo, niño bonito —dijo acariciando la rubia cabellera del muchacho.
—Sólo dime Rol.
—De acuerdo, niño serio.


Se sonrieron.

Era la tercera reunión del grupo, como habían acordado, un lugar distinto cada vez y siempre tan apartado como fuera posible; la de esa noche se llevaba a cabo en un restaurante abandonado a la orilla de una carretera escasamente transitada.

Oscurecía y el pequeño grupo había encendido velas por todo el lugar, por momentos la charla se tornaba más animada.

—Recuerden las reglas: todos los teléfonos deben estar apagados, no se toman fotografías, no se habla de esto con nadie. Debemos evitar todo rastro de nuestra presencia en este lugar. Si un día no estoy para recordarles esto, ¿Qué harán? Es de suma importancia que no lo olviden —dijo la joven de cabello rizado, su experiencia con el grupo era notoria y le confería cierto aire de autoridad.

El ambiente tenía algo de festivo y tenso a la vez.

—¡Escuchen, muchachos! Si alguien desea, tenemos algo de comida y café en la camioneta roja que está afuera. No olviden levantar toda la basura antes de retirarse —anunció un muchacho alto y corpulento.

Eran quince muchachos en total.

—Estás muy seria, Mona. ¿Qué piensas? —dijo un chico de cabello largo a la morena de cabello crespo— El grupo está creciendo, así nunca voy a ganar. No los culpo por unirse, pero no me encanta.
—Te entiendo, al menos eso creo. No desesperes, la suerte llega cualquier día y entonces las cosas se darán mejor de lo que creías. ¿Quieres un cigarro?
—No, claro que no. Alfredo, tú tampoco deberías fumar aquí.
—Está bien —respondió él devolviendo la cajetilla al bolsillo de la chamarra— ¿Crees que debemos de dejar de aceptar integrantes?
—Al menos un tiempo. Hay que mantener nuestro asunto de forma discreta. La verdad me pone algo nerviosa tener gente nueva.
—Te entiendo, la presencia de gente de la que poco sabemos pone en riesgo todo.

Dentro del lugar,se habían formado de tres grupos, uno destacaba porque todos los que en él charlaban lucían algo atribulados.

—¿Cómo llegaste al grupo? ¿Quién te trajo? ¿Cómo supiste de nosotros?  —preguntó una de las chicas a otra de ojos llorosos.
—Me contó Manuel.
—¿Manuel?
—Sí, deben recordarlo, él ganó la última vez.
—Acá lo conocimos más por José. Ahora vienes a ocupar su lugar o algo así, ¿No?
—Tengo esperanza.
—Como todos aquí, justo como todos. Pero dime, ¿Cuál es tu motivación?
—Siempre me he sentido una pieza fuera de lugar, sin propósito en la vida. Veo que muchos compartimos el mismo sentimiento aquí. Al terminar la reunión me iré a casa con más tranquilidad, sabiendo que se puede salir de esto, que cuento con ustedes.

Ambas chicas se abrazaron en un gesto sincero. En cada evento se repetían escenas similares, todos mostraban apoyo mutuo y una profunda empatía con los demás.

—¿Qué hora es? —preguntó Mona a Alfredo.
—Nueve y media.
—Es hora —dijo ella dirigiendo sus pasos al interior.

Alfredo no dijo nada, sólo asintió y la siguió.

—Nos acercamos al momento crucial de la noche, el motivo por el que todos estamos aquí. Antes de continuar, les reitero que es vital no contaminar este y ningún sitio en el que nos encontremos —se dirigió Mona al grupo entero.

Rápidamente el grupo hizo una breve limpieza, luego de lo cual se dispusieron a continuar.

—¡Es hora! Damas y caballeros, cartas sobre la mesa. Recuerden, sólo seis participantes —intervino Alfredo.

Algunos miraban expectantes a los demás, otros comenzaron a buscan en sus bolsillos, pronto sobre la mesa hubo seis cartas.

—¿Nos ayudarías, Mona?

Ella asintió, una a una fue revisando las cartas.

—Todo está en orden, podemos continuar —declaró ella.
—Bien —respondió para luego subir la voz de modo que todos lo escucharan —. Aquellos que así lo deseen pueden salir, nadie está obligado a permanecer aquí e incluso pueden ir a casa, estaremos dando aviso de dónde será la siguiente reunión próximamente. La mecánica será la misma, vamos a crear un perfil de Facebook y a través de él les haremos llegar la información pertinente.

De los quince jóvenes, cuatro decidieron esperar afuera.

—¿Están listos? —preguntó Alfredo a los seis participantes.
—Sí —respondieron al unísono.
—De acuerdo, comencemos —dijo y enfundó las manos en un par de guantes de piel— Mona, ¿Quién…?
—Yo la tengo —respondió Rol adivinando la pregunta—, aquí tienes —dijo y entregó un arma a Alfredo.

El arma fue revisada, comprobaron que el tambor alojaba sólo una bala.

—¿Ya decidieron en qué parte lo harán? ¿Quién jalará el gatillo primero?
—Lo haremos aquí mismo, empezamos de la persona más joven al mayor de nosotros.
—¿Todos están de acuerdo?
—Sí —contestaron a un tiempo.
—Está bien, ¿Quién empieza?

Una chica delgada, conocida como «Lluvia», sin decir nada se acercó y tomó el arma, se sentó en flor de loto con la espalda contra el muro, cerró los ojos dejando caer un par de lágrimas, apoyó el cañón en su sien y disparó. Un gesto de decepción cruzó su rostro en el instante pues la bala no sería para ella, al menos esa noche.

—Ánimo, en algún momento tendremos suerte —la consoló Mona.

Víctor fue el siguiente, sus manos temblorosas tomaron el arma. De pie al centro del lugar accionó el gatillo y no hubo detonación, dejó escapar un aliviado suspiro, tomó su carta y salió a toda velocidad.

—Clásico, o confirmas lo mucho que lo deseas o decides darle una nueva oportunidad a la vida, ¿No, Mona?
—Supongo, dudo mucho que vuelva. Víctor siempre me pareció un poco fuera de lugar aquí. Creo que buscará su camino lejos de esto.

Dos chicas más lo intentaron mientras Mona y Alfredo hablaban, pero sin suerte.

—Bien, esto está entre Rol y Patricia —Anuncio Mona.
—Primero las damas —dijo Rol acercando el revólver a una chica de mirada distante.

Patricia tomó su tiempo, en silencio, sopesó el arma, evaluó distintas posiciones. Al final decidió, igual que Lluvia, recargarse en la pared. Sonrió un momento antes de disparar. «Click» fue todo el sonido que obtuvo. Abrió los ojos como plato y luego su expresión se transformó en ira. Salió sin decir nada. Nadie sabía, pero su inalterable plan era quitarse la vida esa misma noche, ya fuera de una u otra manera. A ella la encontrarían una semana después, colgando de la rama de un árbol.
—¿Qué les parece? ¡El premio mayor! —Exclamó Rol, con satisfacción.
—Suerte de novato —contestó Alfredo—, bien, ¿Qué deseas que hagamos?
—Salgan de aquí, no quiero hacerlo con sus miradas encima. Por favor, no se ofendan.
—De acuerdo —contestó Mona—, sólo danos un momento para rectificar que todo esté en orden.

Así lo hicieron, pronto habían terminado de retirar los objetos llevados por ellos, de ese modo trataban de mantener, al menos por algún tiempo, a la policía lejos de sus asuntos.
Al salir, algunos se despedían de Rol con una palmada en el hombro; otros, los menos,  salían en silencio y sin mirarlo.

—Chicos por hoy hemos terminado, recuerden que haremos un perfil de Facebook para mantenerlos al tanto de la siguiente reunión —dijo Mona.

Ni bien había terminado de hablar, se escuchó la detonación desde dentro del lugar. Nadie dijo más, se marcharon como si hubiera terminado una fiesta cualquiera más.