viernes, 29 de noviembre de 2019

Todas las voces

Hacen falta mujeres hogareñas,
y las madres trabajadoras.
Hacen falta las confidentes,
y las un poco indiscretas.
Hacen falta las sensibles
y las talentosas cocineras.
Hacen falta las ingenieras
y faltan también las obreras.
Hacen falta mujeres puntuales,
las que nunca falten al trabajo.
Faltan las pudorosas,
faltan las atrevidas.
Faltan mujeres creadoras
y las rebeldes grafiteras. 
Las bien vestidas,
las desnudas
y las encapuchadas.
Faltan todas las voces
desde todos los frentes.
Las que luchan desde la cotidianidad
y las que hacen de la lucha su cotidiano. 
Hacen falta aquellas que gritan
y las que bailan
y las que cantan
y las que incendian
y las que pintan, 
para que no nos vuelva a faltar ninguna,
nunca más.

martes, 29 de octubre de 2019

Versos desordenados

Quiero mostrarte el camino
del fuego serpenteante,
ser tan hipnótica como obscena,
tomarte de la mano y guiarte
hasta la puerta donde se derrama el universo.
Quiero regalarte el húmedo misterio de la vida,
la flor nacida del caos,
tu piel sembrada de soles,
quiero arrancarte la vida
y devolvértela de golpe.
Quiero que con voz entrecortada
me confieses que no existe
más verdad que el deseo,
y que mientras me hablas
tu aliento incendie mi piel.
Quiero que tu corazón galope
mientras me desnudas,
que me llames
como a cada mujer con la has estado;
que recuerdes que nos hemos conocido antes,
en otras vidas,
y digas las palabras
con las que me has nombrado.
Quiero que hagamos marcha atrás, 
hasta quedar reducidos a bestias,
dos animales se toman mutuamente,
por instinto, pero dulcemente.
Y sobre todo quiero
que cuando estés entre mis piernas
sepas que el Big Bang
todavía no ha acabado.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Líneas de una madrugada

A veces hay una voz detrás de mi voz. Me apoyo en las palabras ajenas,
altas y fuertes como columnas,
para anclar las mías -apenas palitos de madera-
para decir «vida», «amor», «noche»
y creer que con ello explico algo,
aunque sea sólo para mí
A veces hay un corazón detrás de mi voz.
Un latido, las más de las veces propio,
empuja los sonidos, me asfixia, presiona mi garganta
hasta arrancar un grito, un susurro al menos.
Digo «rabia», «pasión», «herida»
y entonces mi alma se desanuda
y es un poco más liviana.
A veces, casi todas, sólo tengo mi voz desnuda.

Una mano invisible me invita a levantar la vista
para contemplar la cúpula de la iglesia,
el pasto lleno de rocío,
el pequeño milagro en la luz y la sombra,
el tiempo acumulado en los muros...
y tengo que hablar.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Sistema

Después de completar un breve cuestionario en línea pulsó el botón de salida. La pantalla mostró el mensaje «¿Desea salir del sistema?»,  confirmó con un click. Al momento todo rastro de su información fue borrada, como si nunca hubiera existido. Un par de guardias lo escoltaron al barco que habría de llevarlo a la isla en la que residía la gente como él, gente que decidía dejar la vida que ya conocía para aventurarse a empezar de nuevo.
Fueron dos días de viaje, al llegar bajó emocionado, el lugar parecía el paraíso, podía ver un grupo de personas reunidas para recibirlo. No había caminado más de cien metros cuando un tiro certero le arrebató la vida. El grupo que esperaba vistió de inmediato su uniforme y se dispuso a limpiar. 

—Cuando cayó todavía sonreía —comentó uno de ellos.

—Todos sonríen, al menos se van sonriendo.

sábado, 10 de agosto de 2019

Planos

Comprobó el orden y la alineación de los folios por novena ocasión y recordó que se decía que existe un plano en donde las dimensiones espacio temporales guardan respetuosa distancia entre ellos,  "ojalá existiera y pudiera trabajar ahí" murmuró mientras contemplaba cómo una brisa cósmica hacía fluir los documentos y los desordenaba otra vez.

lunes, 5 de agosto de 2019

Historias de Asha

Esa noche, Asha no podía dormir, por más que intentaba no lograba conciliar el sueño. Cerró los ojos y se concentró en el murmullo de la noche; una brisa mecía la hierba y se colaba por los muros de su casa, las estrellas miraban silenciosas y al ras de la tierra los grillos hacían la melodía de la noche, entonces recordó que días atrás había hablado con la anciana de su pueblo.

—¿A dónde va lo que muere? —le preguntó.
—Asha querida, en esta tierra nada muere, sólo cambia —contestó la vieja sabia.
—¿Y las flores? —cuestionó.
—Vuelven a la tierra para ser más flores.
—¿Y los pájaros?
—Son seres del al aire y al él regresan.
—Y…¿Y los niños?
—Los niños se vuelven grillos y por la noche nos cantan en la lengua que el hombre ha olvidado, pero que el corazón siempre reconoce. Por las noches recuerda que ahí está Gak, cantando para ti.

Recordando esto, dijo “Buenas noches, hermanito” y se dispuso a dormir.

sábado, 22 de junio de 2019

Gatito

—¡Gerardo, Gerardo! Despierta —susurraba Sonia mientras movía a su esposo que dormía profundamente.
—¿Mmmmh? —fue la mejor respuesta que el hombre pudo emitir.
—Gerardo, despierta, hay algo en la casa.
—Es un gato, está en la calle. Duerme, mujer.

Sonia hizo un esfuerzo por ignorar el constante maullido, le parecía que el animal estaba sufriendo y necesitaba ayuda. A duras penas concilió el sueño.

—Buenos días, amor, ¿Cómo estás? —preguntó Gerardo.
—Dormí pésimo.
—Lo sé, no dejaste de dar vueltas hasta como las siete de la mañana.
—¿Las siete? ¿Qué hora es?
—No te angusties, es tarde pero ya hice el desayuno —la reconfortó.
—Nunca me quedo dormida.
—Nunca te había visto dormir tan preocupada.
—Lo sé, sólo de pensar en el pobre animalito, no sé, me dio tristeza y me inquietó no saber si estaba bien.
—Me di cuenta, ya no se escucha, debe estar bien. Anda, vamos a desayunar —dijo con una sonrisa cómplice.

Gerardo y Sonia eran una pareja joven, llevaban poco más de año y medio juntos. Atravesaban un duelo después de que Sonia tuviera un aborto espontáneo, iba a ser su primer hijo y lo esperaban con mucho amor. Fue un duro golpe para ambos, pero Gerardo lo sobrellevaba mejor, Sonia estaba deprimida y él hacía todo lo que podía por verla mejor.

—Después del desayuno puedes volver a dormir si quieres, te vendría bien descansar.
—Gracias, creo que haremos la siesta por la tarde, hay cosas por hacer. Todavía no hemos —hizo una pausa larga y suspiró—… nos falta desocupar el otro cuarto.
—Lo sé, amor, lo haremos cuando te sientas lista —dijo besándole la frente—, vamos a tomarlo con calma.

Ella asintió y buscó refugio entre sus brazos, no podía creer que apenas un par de meses antes estaban eligiendo los colores para el cuarto del bebé, para luego ir a parar a urgencias de forma inesperada. Ocho semanas con el corazón roto, un mes sin conseguir entrar de nuevo a esa habitación.

—¿Quieres salir? Deberíamos ir a caminar o algo, no es bueno que te la pases encerrada.
—No, no estoy lista, no puedo.
—En algún momento tendrás que hacerlo y enfrentar al mundo.
—Ya sé, pero… no puedo, no puedo —empezó a sollozar.
—Tendremos una nueva oportunidad, verás que sí.

Gerardo tenía que permanecer fuerte para ella, pero se sentía igual, las mujeres embarazadas o con niños en brazos le recordaban la oportunidad que ellos habían perdido y sólo tenía ganas de desmoronarse.
Pasaron el día en casa, no consiguió hacerla salir. Tenía esperanza de que mejorara su ánimo, pero sabía que tomaría tiempo. Poco antes de las diez de la noche, Sonia se fue a la cama. Gerardo la alcanzó casi una hora después.

Llevaban ya varias horas durmiendo cuando Sonia despertó de golpe.

—Gerardo, ahí está de nuevo. Gerardo, despierta.
—¿Qué pasa? —preguntó tratando de despertar por completo.
—El gatito, ¿Lo escuchas?
—Sí y creo que no está en la calle.
—¿Entonces?
—Creo que está en el drenaje.
—¡Ay, no! Tenemos que ayudarlo.
—No podemos.
—¿Y si se muere? —la voz de Sonia se quebró al preguntar.

Gerardo la escuchó y algo en su interior le dijo que ayudar al animal serviría para subir el ánimo de su esposa.

—No le va a pasar nada, voy a sacarlo de ahí —respondió Gerardo con total resolución.
—¡Muchas gracias, amor! ¡Gracias! Gracias —repetía ella con los ojos llenos de lágrimas.

Aguzó el oído, un ligero eco hacía las cosas confusas, no parecía estar cerca de ninguna coladera.

—¿Dónde estás y cómo llegaste ahí, amiguito? —habló Gerardo para sí.

Sólo podía pensar que había llegado por alguna desde la calle y que había encontrado la manera de colarse al drenaje de la casa, aunque no lograba explicarse cómo.
No importaba, de igual forma tendría que buscarlo. Pensó en colocar alimento para atraerlo, pero luego imaginó que las ratas podrían encontrarlo primero.
Después de intentar por un buen rato sin éxito, decidió detenerse y decirle a Sonia. Se sentía frustrado pues esperaba rescatar al pobre animal, sin embargo, nada podía hacer; más aún cuando el maullido había cesado varios minutos atrás dejándolo imposibilitado para localizar al gato.

—Creo que no será posible, ya dejó de llorar y así no lo puedo encontrar.
—¿Entonces qué va a pasar?
—Te juro que he hecho todo lo posible. Si vuelve a maullar lo intentaré de nuevo.

Pero las horas pasaron y no volvieron a escuchar al animal sino hasta muy entrada la madrugada. Esta vez fue Gerardo quien se percató primero.

—¡Sonia, Sonia! ¡Ahí sigue, puedo escucharlo!
—¿Qué hora es?
—No importa qué hora sea voy a tratar de encontrarlo. Lo salvaré.

Gerardo se armó de paciencia, dispuesto a dar con el gato. Se escuchaba cerca, posiblemente en la coladera del patio, que era más bien pequeño. Se abrigó y salió. Efectivamente se escuchaba muy cerca, eso lo entusiasmó. Rápidamente retiró la tapa del registro, podía escucharlo con claridad; lo llamó intentando que su voz lo guiara hasta él, pronto llegó a la conclusión de que habría que tomar medidas drásticas si pensaba salvar al animal.

—¡Ya lo encontré! Está en el patio, creo que está atorado, lo voy a ayudar. No podemos dejarlo morir —dijo y tomó un mazo.

Comenzó a levantar el concreto, trabajosamente pero sin perder el ánimo; su mujer había salido de la cama por el ruido y lo miraba sorprendida, no pensó que las cosas tomarían ese rumbo, pero le causaba alegría que hubiera sido así.

—¿Quieres que te ayude? —preguntó finalmente.
—Sí, trae la lámpara, necesito que me alumbres.

Ella lo hizo, con esperanza de que lo pudieran rescatar.

—¡Puedo ver algo! Pero todavía no lo alcanzo.
—El patio está quedando hecho una desgracia —rió ella—, más te vale que lo saques.

Era la primera vez que la escuchaba reír en semanas, eso lo animaba aún más. Varios minutos después pudieron ver algo. No sabían cuánto llevaba el animal recorriendo las cañerías, aunque no se apreciaba el cuerpo completo se notaba que había perdido pelo y la piel había adquirido una coloración extraña.

Gerardo intentó llamarlo, el maullido cesó, pero el animal no se movió de su sitio. Pensó que tal vez estaba muy débil, finalmente decidió alcanzarlo y sacarlo con sus propias manos. Cuando lo tocó emitió un leve quejido, su mujer se aproximó rápidamente para verlo de cerca. Justo cuando ella lo hizo él notó que aquello no podía ser un gato, pero no pudo reaccionar: la pequeña bestia que traía entre las manos saltó al cuello de Sonia y le destrozó la garganta. Horrorizado, Gerardo veía a su mujer sin saber qué hacer o cómo ayudarla, perdió de vista al pequeño monstruo del cual ni siquiera estaba seguro de cómo lucía. Se agachó a revisar a su esposa, rogando porque siguiera con vida y así era, pero dentro de sí sabía que aquella herida hacía de la muerte algo inminente. La tomó entre sus brazos.

—Vas a estar bien, voy a llamar una ambulancia —dijo.

Mientras lo escuchaba, Sonia abrió los ojos enormes, por última vez; lo último que vió fue a esposo corriendo la misma suerte que ella minutos antes.

martes, 11 de junio de 2019

Viral


Era el video más gracioso que jamás había visto, lo mandó a todos sus contactos, éstos a su vez hicieron lo mismo. Media hora después seguía riendo de forma incontenible. Pronto, el video llegó a todos los canales de televisión. Tres horas después estaba exhausto sin poder dejar de reír, igual que miles de personas que lo habían visto ya. Luego de varias horas más, finalmente colapsó y cientos de miles lo hicieron también.
En algún punto, alguien que recién despertaba, entró a tuiter. "¿De qué me perdí?" Escribió, pero la respuesta nunca llegó.

domingo, 2 de junio de 2019

Cartas

—¿La trajiste? —fue la pregunta con la que lo recibió en la reunión una chica de cabello ensortijado.
—¡Obvio! —respondió él, guiñando el ojo.
—Sabía que podíamos contar contigo, niño bonito —dijo acariciando la rubia cabellera del muchacho.
—Sólo dime Rol.
—De acuerdo, niño serio.


Se sonrieron.

Era la tercera reunión del grupo, como habían acordado, un lugar distinto cada vez y siempre tan apartado como fuera posible; la de esa noche se llevaba a cabo en un restaurante abandonado a la orilla de una carretera escasamente transitada.

Oscurecía y el pequeño grupo había encendido velas por todo el lugar, por momentos la charla se tornaba más animada.

—Recuerden las reglas: todos los teléfonos deben estar apagados, no se toman fotografías, no se habla de esto con nadie. Debemos evitar todo rastro de nuestra presencia en este lugar. Si un día no estoy para recordarles esto, ¿Qué harán? Es de suma importancia que no lo olviden —dijo la joven de cabello rizado, su experiencia con el grupo era notoria y le confería cierto aire de autoridad.

El ambiente tenía algo de festivo y tenso a la vez.

—¡Escuchen, muchachos! Si alguien desea, tenemos algo de comida y café en la camioneta roja que está afuera. No olviden levantar toda la basura antes de retirarse —anunció un muchacho alto y corpulento.

Eran quince muchachos en total.

—Estás muy seria, Mona. ¿Qué piensas? —dijo un chico de cabello largo a la morena de cabello crespo— El grupo está creciendo, así nunca voy a ganar. No los culpo por unirse, pero no me encanta.
—Te entiendo, al menos eso creo. No desesperes, la suerte llega cualquier día y entonces las cosas se darán mejor de lo que creías. ¿Quieres un cigarro?
—No, claro que no. Alfredo, tú tampoco deberías fumar aquí.
—Está bien —respondió él devolviendo la cajetilla al bolsillo de la chamarra— ¿Crees que debemos de dejar de aceptar integrantes?
—Al menos un tiempo. Hay que mantener nuestro asunto de forma discreta. La verdad me pone algo nerviosa tener gente nueva.
—Te entiendo, la presencia de gente de la que poco sabemos pone en riesgo todo.

Dentro del lugar,se habían formado de tres grupos, uno destacaba porque todos los que en él charlaban lucían algo atribulados.

—¿Cómo llegaste al grupo? ¿Quién te trajo? ¿Cómo supiste de nosotros?  —preguntó una de las chicas a otra de ojos llorosos.
—Me contó Manuel.
—¿Manuel?
—Sí, deben recordarlo, él ganó la última vez.
—Acá lo conocimos más por José. Ahora vienes a ocupar su lugar o algo así, ¿No?
—Tengo esperanza.
—Como todos aquí, justo como todos. Pero dime, ¿Cuál es tu motivación?
—Siempre me he sentido una pieza fuera de lugar, sin propósito en la vida. Veo que muchos compartimos el mismo sentimiento aquí. Al terminar la reunión me iré a casa con más tranquilidad, sabiendo que se puede salir de esto, que cuento con ustedes.

Ambas chicas se abrazaron en un gesto sincero. En cada evento se repetían escenas similares, todos mostraban apoyo mutuo y una profunda empatía con los demás.

—¿Qué hora es? —preguntó Mona a Alfredo.
—Nueve y media.
—Es hora —dijo ella dirigiendo sus pasos al interior.

Alfredo no dijo nada, sólo asintió y la siguió.

—Nos acercamos al momento crucial de la noche, el motivo por el que todos estamos aquí. Antes de continuar, les reitero que es vital no contaminar este y ningún sitio en el que nos encontremos —se dirigió Mona al grupo entero.

Rápidamente el grupo hizo una breve limpieza, luego de lo cual se dispusieron a continuar.

—¡Es hora! Damas y caballeros, cartas sobre la mesa. Recuerden, sólo seis participantes —intervino Alfredo.

Algunos miraban expectantes a los demás, otros comenzaron a buscan en sus bolsillos, pronto sobre la mesa hubo seis cartas.

—¿Nos ayudarías, Mona?

Ella asintió, una a una fue revisando las cartas.

—Todo está en orden, podemos continuar —declaró ella.
—Bien —respondió para luego subir la voz de modo que todos lo escucharan —. Aquellos que así lo deseen pueden salir, nadie está obligado a permanecer aquí e incluso pueden ir a casa, estaremos dando aviso de dónde será la siguiente reunión próximamente. La mecánica será la misma, vamos a crear un perfil de Facebook y a través de él les haremos llegar la información pertinente.

De los quince jóvenes, cuatro decidieron esperar afuera.

—¿Están listos? —preguntó Alfredo a los seis participantes.
—Sí —respondieron al unísono.
—De acuerdo, comencemos —dijo y enfundó las manos en un par de guantes de piel— Mona, ¿Quién…?
—Yo la tengo —respondió Rol adivinando la pregunta—, aquí tienes —dijo y entregó un arma a Alfredo.

El arma fue revisada, comprobaron que el tambor alojaba sólo una bala.

—¿Ya decidieron en qué parte lo harán? ¿Quién jalará el gatillo primero?
—Lo haremos aquí mismo, empezamos de la persona más joven al mayor de nosotros.
—¿Todos están de acuerdo?
—Sí —contestaron a un tiempo.
—Está bien, ¿Quién empieza?

Una chica delgada, conocida como «Lluvia», sin decir nada se acercó y tomó el arma, se sentó en flor de loto con la espalda contra el muro, cerró los ojos dejando caer un par de lágrimas, apoyó el cañón en su sien y disparó. Un gesto de decepción cruzó su rostro en el instante pues la bala no sería para ella, al menos esa noche.

—Ánimo, en algún momento tendremos suerte —la consoló Mona.

Víctor fue el siguiente, sus manos temblorosas tomaron el arma. De pie al centro del lugar accionó el gatillo y no hubo detonación, dejó escapar un aliviado suspiro, tomó su carta y salió a toda velocidad.

—Clásico, o confirmas lo mucho que lo deseas o decides darle una nueva oportunidad a la vida, ¿No, Mona?
—Supongo, dudo mucho que vuelva. Víctor siempre me pareció un poco fuera de lugar aquí. Creo que buscará su camino lejos de esto.

Dos chicas más lo intentaron mientras Mona y Alfredo hablaban, pero sin suerte.

—Bien, esto está entre Rol y Patricia —Anuncio Mona.
—Primero las damas —dijo Rol acercando el revólver a una chica de mirada distante.

Patricia tomó su tiempo, en silencio, sopesó el arma, evaluó distintas posiciones. Al final decidió, igual que Lluvia, recargarse en la pared. Sonrió un momento antes de disparar. «Click» fue todo el sonido que obtuvo. Abrió los ojos como plato y luego su expresión se transformó en ira. Salió sin decir nada. Nadie sabía, pero su inalterable plan era quitarse la vida esa misma noche, ya fuera de una u otra manera. A ella la encontrarían una semana después, colgando de la rama de un árbol.
—¿Qué les parece? ¡El premio mayor! —Exclamó Rol, con satisfacción.
—Suerte de novato —contestó Alfredo—, bien, ¿Qué deseas que hagamos?
—Salgan de aquí, no quiero hacerlo con sus miradas encima. Por favor, no se ofendan.
—De acuerdo —contestó Mona—, sólo danos un momento para rectificar que todo esté en orden.

Así lo hicieron, pronto habían terminado de retirar los objetos llevados por ellos, de ese modo trataban de mantener, al menos por algún tiempo, a la policía lejos de sus asuntos.
Al salir, algunos se despedían de Rol con una palmada en el hombro; otros, los menos,  salían en silencio y sin mirarlo.

—Chicos por hoy hemos terminado, recuerden que haremos un perfil de Facebook para mantenerlos al tanto de la siguiente reunión —dijo Mona.

Ni bien había terminado de hablar, se escuchó la detonación desde dentro del lugar. Nadie dijo más, se marcharon como si hubiera terminado una fiesta cualquiera más.

viernes, 10 de mayo de 2019

Edulcorante

Como cualquier mañana libre, los tres pequeños discutían a los gritos, el motivo siempre era irrelevante, al final se trataba de quién podía más, quién se imponía o lograba hacer que los otros dos salieran regañados valiéndose incluso de mentiras para lograrlo.

—¡Otra vez ustedes! ¿No pueden comportarse? —dijo la madre, también a los gritos.
—Ellos empezaron —señaló el menor de ellos.
—¡No es cierto! —respondieron a coro los otros dos.
—Ya estense o me las van a pagar los tres, la siguiente no pregunto y agarro parejo. ¿Oyeron?
—Sí, mamá —dijeron al unísono, pero tan pronto como dio la vuelta comenzaron de nuevo los codazos.

Cinco minutos después la madre estaba de nuevo con ellos, armada con un cinturón y soltando golpes a diestra y siniestra. Pronto el episodio acabó con los tres niños llorando en un rincón y una madre exhausta. Era un sábado por la mañana, ese día esperaban al padre impacientemente pues había prometido llevarlos al centro comercial y a pesar de las amenazas de la madre de cancelar la salida, los niños sabían que era un hecho.
Ora gritos, ora empujones, ora risas escandalosas, ora alegatos; mamá se refugió en los chismes de momento traídos directamente a la palma de su mano por el servicio de mensajería instantánea. Decidió subir una historia también, «Voy a correr a la muchacha» escribió y agregó un emoticono llorando de risa, al pie de una foto de una tarja rebosante de trastos por lavar, llegaron las respuestas a la broma y por un rato se olvidó del hartazgo.

La tarde había avanzado un par de horas para cuando llegó el padre, los niños esperaban ansiosos, listos para salir tan pronto llegara de trabajar. Si bien él habría preferido descansar la tarde entera, la promesa estaba hecha y no les iba a fallar.

Emprendieron el camino. Al llegar al centro comercial recorrieron tiendas, compraron ropa, comieron y compraron helados.«Tarde en familia», escribió la madre en una popular red social, acompañando la publicación con la foto de sus tres hijos sonrientes; recibía comentarios de amigos y familiares, la lluvia de likes no tardó en llegar. Padre y madre iban tomados de la mano rodeados por tres inquietos, saltarines y risueños niños, mientras, la tarde moría dentro de la caja de cristal que era la plaza, la dorada luz que entraba sólo podía ser recibida como invitación a la prisa ante la proximidad de la noche. La última parada del grupo era el autoservicio.

Entraron, tachando poco a poco la lista previamente elaborada, cada niño eligió su cereal favorito y en una mirada rápida al carrito de la compra se adivinaba la complacencia de los padres hacia sus hijos. «Todo valía por mirarlos así de felices», pensaban.
De vuelta a la casa, en el auto, la discusión por querer viajar junto a la ventanilla, por abrir alguna golosina, por no querer compartir la propia, por el vocho amarillo que el otro no vio. La cercanía al hogar anunciaba el fin de la feliz salida. La cena contenía una buena dosis de azúcar, proveyendo a los pequeños de energía suficiente para continuar con el escándalo hasta terminar con la paciencia de sus padres, quienes pasadas las once de la noche lograron que al fin durmieran. El padre miraba el noticiero deportivo, la madre fastidiada terminaba de levantar la mesa, la pila de trastes sucios parecía no tener fin.

—Me voy a dormir —anunció ella.
—Ajá —apenas contestó él.
—Pensé que vendrías también —agregó ella con un gesto agrio.

Él bufó y apagó el televisor, la siguió a la recámara. Enfundados en sus respectivas prendas para dormir, ya dentro de la cama, él la abrazó desde atrás y comenzó a besarle el cuello, un codazo intentó reprimir su pasional embate, pero él no cedió, sujetó el brazo con suavidad e intentó besarla cerca de la boca.

—¡No! No tengo ganas, vamos a dormir —cuchicheó ella, molesta.
—¿Para esto querías que viniera al cuarto también?
—¡Claro! Como no sabes lo que es pasar el día entero con los niños, tratar de que se comporten y dedicar tu tiempo al aseo que nunca dura. Estoy cansada, sólo quiero dormir.
—¡Pfff! Mejor me hubiera quedado en el sillón.

Ella se envolvió en las mantas y le dio la espalda de nuevo para no seguir con la discusión. Él, irritado, se sentó en el borde de la cama, tomó su teléfono y los audífonos, sería otra noche de porno.

—Eres un enfermo —pero su acusación fue opacada por los gemidos de una rubia sometida por una pelirroja.

A la mañana siguiente el ruido proveniente del televisor fue lo que los despertó. La sala había sido transformada en un campo de batalla con almohadas, juguetes y mantas regados por aquí y por allá. La madre los amenazó para que pusieran todo en orden antes de empezar a preparar el desayuno. Mientras los niños esperaban sentados a la mesa, el padre ya se había hecho con una cerveza del refrigerador y buscaba alguno de los tantos partidos de fútbol, como cada domingo. Para cuando papá se unió al resto de la familia, la madre estaba bastante enojada por su actitud, sin embargo no dijo nada. Al término del desayuno, mamá asignó las labores. Por un par de horas el ruido de la casa parecía más bien el chirrido de una máquina que está por colapsar. Finalmente la madre se rindió, encontró en los dispositivos electrónicos la mejor estrategia para que los niños se mantuvieran callados y en un solo lugar.

—¿Qué vamos a comer hoy? —preguntó el padre a su esposa mientras ella daba los toques finales al aseo del hogar.
—No sé, la verdad ya estoy muy cansada —respondió.

Él sólo movió lentamente la cabeza en un gesto en el que no se podía diferenciar si era decepción o apoyo.

Un rato después salieron en el coche, tardaron poco y volvieron con comida. Encendieron la televisión de la sala, estratégicamente instalada para ser visible desde el comedor. Afuera hacía un clima espléndido, la luz que entraba por la ventana daba vida a la escena: mantel a cuadros rojos y blancos, reían mientras comían pollo frito y bebían refresco de cola. En ese momento bien podrían haber sido la familia feliz de alguna campaña comercial.




viernes, 26 de abril de 2019

Cena en la terraza

Cuatro pisos más abajo, en la acera, Esteban yacía inerte con el cuerpo maltrecho y el cráneo destrozado.


***


Tenían una cita doble para cenar. La noche se dejaba caer con suavidad entre bromas y remembranzas en aquel grupo de amigos. Ivonne y Octavio, Marisa y Esteban. Tenían media vida de conocerse pero cada reunión les traía sorpresas, siempre había tanto que contar.


—Dijiste que tenías algo importante que decir, ¿No, Esteban? —preguntó Octavio.
—Sí —respondió él— en un rato más, de ser posible, sólo contigo.
—Vamos, ¿Qué pasa? Somos una familia, estamos juntos en las buenas y en las malas.


Marisa e Ivonne guardaron silencio mirando la escena, Esteban empezaba a mostrarse incómodo con la insistencia de Octavio.


—Dinos, todo tiene solución —le animó su novia.


Se puso de pie y respiró profundamente.


—Vale, les voy a decir —dijo clavando la mirada en Ivonne, que hasta el momento había sido quien menos había intervenido—, me… no, no… nos, sí, eso. Ivonne y yo nos acostamos —dijo sin apartar la mirada de ella que se congeló al instante.


El gesto de Marisa pasó de la ira al dolor en breves segundos. Octavio se veía confundido, quizá más incrédulo que molesto.


—¿Ustedes qué?
—No es algo que buscáramos, sólo pasó, estamos arrepentidos y por eso es que lo estamos hablando —respondió visiblemente nervioso.
—No tenemos nada que hablar, largo de mi casa los dos.
—No te pongas así —intervino Ivonne— lo podemos arreglar.
—¡Cállate, zorra! —gritó Octavio, reventándole al momento el labio inferior de un golpe.
—¡Cálmate, Octavio! No tenías por qué hacer eso.
—¿Vas a defender a tu amante? ¡Quédate con ella! Me dan asco.
—¡Cálmate, carajo! Deja que te explique... mira nada más, ¿Cómo pudiste pegarle?


Octavio no contestó, sentía hervir su sangre y descargó un par de puñetazos en la cara de Esteban, quien de inmediato respondió al ataque.
Sentada, Marisa contemplaba la escena, deshecha en llanto, sintiéndose ajena a todo cuanto pasaba ahí, acababa de perder a su mejor amiga y a su novio, su mejor amigo era preso de la ira. Ivonne estaba en shock, abrazando sus rodillas en un rincón mientras miraba a su novio y su amigo golpearse cada vez con más violencia.


—¿Y ahora qué? ¿Ivonne te va a defender? ¿Con una disculpa deshacen el daño? —gritaba Octavio mientras cubría de golpes a su amigo.


En algún momento terminaron cerca de la barandilla, Ivonne y Marisa reaccionaron alarmadas e intentaron separarlos. Fue en vano, Octavio ciego por el despecho empujó a Esteban.


Para cuando los servicios de emergencia se presentaron era demasiado tarde, quizá lo había sido desde un inicio.


Arriba Marisa lloraba histérica, Octavio no apartaba la vista del cuerpo de su amigo mientras Ivonne entre lágrimas repetía constantemente: “sólo era una broma”.