lunes, 25 de junio de 2018

El circo de las mil pistas

Samuel casi no sintió nada, eso disipó el temor inicial al percibir que se acercaba la hora de morir, a pesar de respirar cada vez con mayor dificultad, pensó que volvería a fumarse todos y cada uno de esos cigarros si tuviera la oportunidad. Apenas si notó el momento en el que abandonó su cuerpo.
Primero todo fue muy blanco, era casi como haber regresado al hospital, enseguida llegó una mujer muy simpática a pedirle que la acompañara, como la niña estaba de buen ver lo hizo sin cuestionar.
-Tome asiento, por favor -le dijo y lo dejó solo en un cuartito con un escritorio y dos sillas, una frente a la otra. Unos minuto después llegó un hombre de traje, algo mayor y muy serio.
-¿Te acuerdas de mí? -preguntó mostrando una sonrisa maliciosa.
-No, señor, disculpe pero no -replicó Samuel.
-Deberías hacerlo -contestó el caballero -¿a poco ya olvidaste nuestro contrato? -Samuel tuvo un golpe de memoria y palideció -veo que ya recuerdas, creo que no hará falta hablar más, ahora debes venir conmigo. Es momento de pagar el precio que acordamos.
No dijo nada, se levantó en silencio y caminó detrás del hombre, ya llevaban varios minutos caminando pero daba igual, ahora tendría tiempo de sobra o al menos eso pensaba.
Parecía un pueblo fantasma, las calles estaban sucias y mal iluminadas, había basura por todos lados e intuía que en aquel lugar nunca salía el sol, la noche eterna era todo lo que había. “Quizá me acostumbre” pensó intentando darse consuelo.
-Llegamos -le dijo el hombre y lo hizo pasar por una puerta lateral de lo que parecía ser un centro de espectáculos o algo así.
-Te vas a divertir mucho -le dijo él, pero Samuel no le creyó -¡A ver, tú! -gritó a uno de los que estaban ahí, parecía ser un empleado -búscale a este un lugar.
Ese otro hombre no dijo nada; apenas si lo miró, lo tomó del brazo y lo llevó por un pasillo estrecho y oscuro, llegó a una especie de plancha totalmente a oscuras.
-Es tu primer día, ¡Lúcete! Este será tu lugar por mucho tiempo -dijo al tiempo que le propinaba un codazo en las costillas y se alejó riendo.
"¿Pero qué carajos?" pensó Sam.
-¡Damas y caballeros, sean bienvenidos otra noche al circo de las mil pistas! -Anunció una voz, aunque no podía adivinar si venía de algún sitio o se encontraba en su cabeza.
-¡Admiren la vanidad y la lujuria hechas mujer! -anunciaba al tiempo que la luz se concentraba en un sólo punto -La bella Maura vendió su alma para tener un cuerpo que fuera motivo de deseo para todos a su alrededor y le fue concedido: hombres y mujeres por igual ansiaban rozar siquiera sus labios. Vio su final en un ataque perpetrado por un ex amante que no soportó la idea de que ella no fuera nunca más para él.
El silencio se hizo en la gigantesca sala, ahí estaba Maura sentada frente al espejo, retocando su maquillaje; tras de sí había una cama con un par de jóvenes muy apuestos, no mucho menores que ella y le invitaban a unirse a sus jugueteos con un ademán. Ella se mordió el labio y se acercó, mientras uno de ellos le besaba el cuello y el otro suavemente le quitaba la ropa hasta dejarla completamente desnuda; recibía carícias y besos por todo el cuerpo, pero no lograba sentir nada, uno de los jóvenes pudo percibir que no importa a cuanto se esforzara no era capaz de causar ninguna reacción en la mujer, entonces apartó violentamente a su compañero y se dispuso a penetrar a la chica que confiaba en cierto modo en no sentir ningún dolor. El miembro del joven se tornó entonces en una espada y la penetraba una y otra vez mientras la chica suplicaba que parase, el dolor era insoportable y él seguía en un frenético vaivén hasta eyacular miles de esquirlas metálicas en el interior de Maura que no pudo más y desmayó por el dolor.
Las luces del escenario bajaron de intensidad y el invisible maestro de ceremonias habló.
-Conozcan a Cristóbal, un joven que en su momento soñó con la fama y la fortuna. Vendió su alma para convertirse en un gran cantante, tuvo todo y lo perdió rápidamente al guiar su vida por todos los excesos.
La iluminación se centró en otro punto de la sala, en el que se veía un joven veinteañero que fumaba nerviosamente.
-No puede ser ¡Cómo pueden decir esto de mí!
-¿Cómo que cómo? Es la verdad, es hora de aceptar que tus amigos no lo son, todos están contigo porque los acercas a un estilo de vida que no tendrían sin tí, pero no te confundas, no es porque crean en tu talento ni por simpatía, es cuestión de intereses -respondía  su reflejo
-Tú no sabes nada, ¡Cállate!
-¿Quieres que te recuerde todo lo que dicen las críticas sobre ti? Sobrevalorado, buen marketing para un pésimo artista, debe ser hijo de algún influyente, el nuevo Jarona todo un éxito fracasando, ¿Quieres que te cuente lo que dicen tus amigos? Consideran que eres un imbécil y ríen de tus bromas sólo porque tú pagas las cenas, en las fiestas esperan a que estés borracho e inconsciente para divertirse, tu novia siente asco cada que te toca pero es un sacrificio que está dispuesta a hacer para seguir vistiendo de marca. Y puedo seguir toda la noche.
-¡Cállate!
La escena fue breve, el joven comenzó a golpear el espejo mientras la voz que proveniente de él le repetía el fracaso que era; los fragmentos del espejo se clavaban en la carne, rasgando y cortando inmisericordes y la voz se multiplicaba a la par que los trozos de vidrio. El chico ya muy herido continuó asestando con los puños una y otra vez mientras lloraba. La luces se apagaron y sólo se pudo escuchar el llanto rabioso del chico.
Mientras todo esto pasaba Samuel miraba horrorizado desde una esquina, empapado en llanto; no sabía cuándo sería su turno pero empezaba a lamentar profundamente haber firmado ese contrato y estar consciente de las letras pequeñas: “Representar un breve acto cada noche en el Circo de las mil pistas por la eternidad”
La luz del reflector dio de lleno en su rostro y lo sacó de sus pensamientos.
-Con ustedes: ¡Samuel! Médico sin escrúpulos que vendió su alma a cambio de entrar al mercado de tráfico de órganos y lo consiguió. Paradójicamente su tabaquismo le quitó la vida al no conseguir para sí mismo un pulmón compatible.
Al terminar la introducción miró a su alrededor: decenas de cuerpos mutilados que se acercaban a él con instrumental quirúrgico en mano.