domingo, 19 de enero de 2020

Las últimas horas.

Cuando la encontraron estaba en el baño de su casa, dentro de la tina en posición fetal. Antes de morir había pasado los mejores días de su vida junto a su gran amor, un escultor con quien mantenía un romance en secreto debido a que él estaba casado con una mujer a la que —según le dijo en muchas ocasiones— ya no amaba, pero no podía dejar debido a la enfermedad que ésta llevaba tiempo padeciendo.


—Lo he pensado —declaró Rubén en el último viaje.
—¿Qué harás? —preguntó Miranda.
—Me voy a divorciar, hace tiempo mi corazón está contigo. 
—Sabes lo que eso significa, ¿No es así?
—Temo más la vida sin ti que perder el financiamiento de mis proyectos. No nos puede ir mal, este viaje ha sido pagado por completo con las ganancias de mis últimas obras. Sé que la gente me seguirá buscando. 
—Serás el malo de la historia, ella no ha mejorado. Si la dejas en un momento en el que su salud es tan frágil, serás juzgado duramente. 
—Lo sé, nada importa ya si no es a tu lado.


Era una noche cálida en algún paraje exótico, sería una viaje realmente memorable.
Faltaba un día más de tour por la salvaje amazonia, «tierras jamás exploradas» recalcaba su guía en cada oportunidad. Luego sería subir al avión y volver a casa, aunque la promesa esta vez era no volver a quedarse sola en aquel enorme departamento. Él estaría por fin a su lado, el tiempo de espera había parecido inacabable y ahora por fin empezaba a ver la luz al final del túnel. 
Al día siguiente antes de la salida del sol ya estaban en camino para acercarse a una de las aldeas donde habitaba un pueblo que permanecía aislado de la civilización. A pesar de los intentos por interactuar con ellos, era gente que no recibía de buen agrado a las visitas y tenía modos drásticos para ahuyentarlos; el guía había diseñado ya una ruta para observarlos a una distancia conveniente y así evitar sorpresas desagradables. Se apegaron al trayecto previamente establecido y desde cierta distancia y altura podían contemplar a aquellos salvajes haciendo su vida cotidiana.
Ignoraban que entre los altos árboles, varios pares de furiosos ojos les vigilaban. Una mano sacó del burdo zurrón una cerbatana, enseguida con sumo cuidado tomó algo más —apenas visible—, delgado como un cabello y frágil como cristal. Para aquel hombre, experiencia de caza hacía blancos fáciles aquellas indeseables visitas. Tomó aire y sostuvo con firmeza su arma, en su corazón elevó una plegaria a sus dioses, cerró los ojos y el diminuto proyectil —alguna clase de espina vegetal—, viajó veloz y certero, clavándose en el cuello de Miranda. Ella se quejó bajo, llevó la mano a la herida, rompiendo la fibra y dejandoi sólo la punta clavada de manera imperceptible en su piel.


—¿Estás bien? —le preguntó Rubén.
—Sí, creo que ha sido un mosquito, eso debió ser. 


El cielo, que momentos antes estuviera despejado, lucía cargado de nubes. Un trueno fue el primer aviso para retirarse del lugar. 


—Será mejor movernos de vuelta —indicó el guía—, estos terrenos son más fáciles de transitar cuando la tierra está seca. 
—Me parece bien, ha sido agotador el día de hoy —agregó Miranda.
—¿Seguro de que te encuentras bien? —le preguntó Rubén.
—Sólo es cansancio, fue una larga caminata.
—Vayamos a descansar entonces.. 


Llegaron al hotel cerca de las tres de la tarde, comieron algo ligero y ella tomó la siesta. Él la miraba descansar, se sentía culpable de llevar una doble vida, pero estaba dispuesto a poner todo en orden al regresar del viaje. Cuando despertó, él le acariciaba el cabello mientras sonreía.


—¿Qué tal te cayó la siesta?
—Mejor de lo que te imaginas —respondió ella y le tiró con suavidad de la camisa para besarlo.


A la mañana siguiente un avión los llevaría de regreso al país que llamaban hogar al otro lado del mar. 


—Sobre lo que hablamos —empezó a decir él.
—No digas nada, tampoco te sientas obligado conmigo —interrumpió ella posando el índice sobre los labios de él.
—No es eso, sólo necesito unos días para ponerlo todo en orden. 
—Entiendo, irás directo con ella, ¿Verdad?
—Será muy poco tiempo, antes de lo que imaginas estaremos juntos para no volver a separarnos —contestó él y le besó la frente.


Pero no sería así, la vida tenía otros planes. En la misma noche que llegaron el auto de Rubén fue embestido por un tráiler al volver a casa, quitándole la vida en el momento. Miranda se sentía destrozada, cuando por fin iba a tener la oportunidad de gritar a los cuatro vientos su amor, lo perdió trágicamente. 


Desde luego, no se presentó a los servicios funerarios, no tenía el valor y prefería conservar el recuerdo de sus últimos momentos juntos, además no se sentía bien. Luego del viaje sentía constantemente malestar estomacal y sólo había empeorado con la muerte de Rubén. El ánimo tampoco ayudaba, el segundo día había salido de la cama apenas lo indispensable. Tenía el estómago vacío y revuelto a la vez, el cuerpo entero le dolía y sentía que pasaba por fiebre de forma intermitente. Como pudo se paró y fue a la cocina, el refrigerador estaba casi vacío, salvo por un paquete de carne que había olvidado sacar antes de las vacaciones, pero a pesar de que lucía mal, lo guardó en el refrigerador. Preparó un té que bebió a medias y se devolvió a la cama. 


Comenzó a soñar con Rubén, era el día en que volvieron del viaje, ella intentaba convencerlo de que no fuera a casa con su mujer sino hasta el día siguiente. Él la abrazaba tratando de consolarla, le prometía que pronto estarían juntos.
Un dolor intenso la despertó, no podía decir qué parte del cuerpo le dolía con exactitud, de pronto eran los brazos o las piernas o una aguda punzada en el estómago, todo el cuerpo le dolía al mismo tiempo y por momentos cada extremidad se sentía como si trataran de separarla de su cuerpo.Tenía fiebre de nuevo. Se sentó a la mesa para terminar el té y éste tenía una fina capa de moho. No tenía sentido, hacía sólo un rato lo había preparado, notó que en la mesa había quedado marcada por el polvo la circunferencia de la taza. Se sentía confundida, pero al menos parecía que la fiebre había cedido. Pensaba que había dormido un par de días, pero no tenía la certeza de ello. El dolor en el cuerpo había disminuido también, Preparó una nueva taza de té, la bebió completa y decidió dormir un poco más, a pesar de la mejoría sentía debilidad general, seguro era el ayuno prolongado y por alguna razón no sentía hambre. Todo lo que soñó fue negrura, caminaba en un espacio infinito, en penumbras, llamaba a Rubén, pero nadie respondía; en el sueño se aparecían los rostros de las personas que ella amaba, familia lejana y sobre todo, Rubén, en una imagen con medio rostro descarnado, terrible. Nuevamente un dolor la despertó, esta vez más intenso; sentía sus huesos como si estuvieran en fuego, intentó gritar para pedir ayuda pues sentía que iba a enloquecer, en lugar de eso todo lo que escuchó fue un apagado sonido del aire al pasar por su garganta. El vacío en su estómago se volvió insoportable, no era hambre, pero la mataba esa sensación. En su desesperación tomó la carne en avanzado estado de descomposición del refrigerador, la comió ávidamente sin sentir saciedad -ni asco-, fue como si no se hubiera llevado nada a la boca. Y el cuerpo, no soportaba el cuerpo, era como estar en llamas sin poder hacer nada al respecto. Comenzó  a golpear la pared en repetidas ocasiones, alguien tendría que escucharla y así conseguiría ayuda. Cada golpe era como cientos de alfileres clavándose en su cuerpo, una y otra vez, las lágrimas salían, pero no su voz. El ardor era insoportable, necesitaba con desesperación ser escuchada. Con la razón nublada por el sufrimiento golpeó cada vez más fuerte, de pronto escuchó un crujido y pudo ver la sangre brotar de su muñeca; se había fracturado pero apenas lograba reconocer la sensación de su propio cuerpo, debajo del fuego invisible que se había apropiado de ella. Nadie la escuchaba o no le importaba a nadie saber si estaba bien, ningún vecino se había acercado a su puerta. Se metió en el cuarto de baño y con la poca fuerza que tenía entró en la tina esperando cubrir su cuerpo con agua helada para buscar algo de alivio, fue inútil cada intento, no tenía más fuerzas para continuar, la quemazón interna y el vacío insaciable se apoderaban de ella. Mordió su muñeca y probó su sangre, por un breve instante fue como si hubieran apagado por completo el malestar; luego de aquello el aguijonazo del hambre fue mucho peor, arañó su cara, se arrancó el cabello, necesitaba más, un chispazo repentino en la memoria le recordó el momento días atrás en que se mordió la lengua hasta desprender una parte de ella y se la tragó, justo antes de quedarse dormida. Ahora sabía que debió salir de su casa y buscar más «alimento», pero ya era demasiado tarde, la debilidad no le permitía siquiera volver a morder su propio brazo. 


Cuando la encontraron seguía en posición fetal dentro de la tina de baño, las ropas y parte de la piel también  habían sido roídas, sin embargo los medios aseguraban que era sorprendente el estado de conservación del cadáver luego de quince años. Esto emocionaba a Felicia, la forense a cargo del caso, quien ahora contemplaba a Miranda sobre la plancha de acero. Ciertamente estaba impresionada y muy emocionada por conocer lo que había pasado con aquella mujer. Fingió estrechar su mano y presentarse cuando notó la marcas en la muñeca, la excitación le hizo actuar sin precaución y una astilla del hueso roto perforó los guantes, apenas lo sintió. Un poco avergonzada por el descuido tomó unas notas y se marchó a casa.


—¿Qué tal tu día? —preguntó su esposo.
—Una locura, llevaron el cadáver momificado de una mujer. Me emociona saber qué la ha matado —contestó.


Por la madrugada, Felicia despertó con una sensación de tener el cuerpo ardiendo y un espantoso vacío en el estómago.