domingo, 23 de abril de 2017

Un par de ¿poemas?

Desde siempre ha sido mi conflicto cada que me siento a escribir y termina en verso aquello que escribo, nunca me he atrevido a llamar poema a tales textos. Una vez hecha la aclaración, siéntase en total confianza de leer y catalogar las letras aquí presentadas de la forma en que mejor lo considere.


Texto #1

Tómame como misión suicida,
sé dueño de todas mis muertes.
Con tus labios, hierro candente,
enciende ya mi piel que te ansía.
Sé prisión, sé tortura,
arráncame la voz con tus caricias,
róbame el aire, agita mi corazón,
hazme arder bajo tu piel.
Nubla mi mente y bésame
hasta que al fin olvide mi pudor,
convierte mi respiración agitada
en poesía mundana.
Deja que el calor funda nuestros cuerpos,
hazme gritar, hazme estallar
y deja que por un momento
recuerde que no he muerto.



Texto #2 o A la musa (o algo así)

Ella está ahí, para que dejes salir tu rabia a cuentagotas,
en versitos hirientes que a nadie dañan,
más que a ti.
Aquí está, abriendo de par en par las piernas
para que bebas de su elixir
y la embriaguez te lleve a otras tierras
Donde tú no seas tú, donde tus miedos te den risa,
donde tu cara sea una bonita máscara
que todos quieren comprar.
Úsala, muérdela, dergárrala,
ella está ahí para ti.
Para que de tajo arranques
tus dolores en un aullido-prosa
Para que te expongas y proyectes
tus dudas y temores
porque cuando ella está
todo parece una masa blanda
que a nadie puede lastimar.
La escupes y la maldices
otra noche más.
Sabes que cualquier día
ella vendrá otra vez.
Tocará tu puerta,
se desnudará para ti
y de un roce hará tu mente estallar.
Ella no busca ternura,
busca la rabia honesta,
tu caricia violenta,
tu éxtasis de moribundo.
Porque ella también te escupe y te maldice
justo antes de cerrar la puerta.
Sabe perfectamente que te quedarás ahí,
llorando, desnudo,
esperando por su próximo encuentro.

lunes, 10 de abril de 2017

María Luisa

Nota: La idea del texto a continuación nació luego de haber leído "Organillero" en el blog Voces de un ratito. Gracias por la inspiración.


Lupita descubrió a María Luisa mirando otra vez al organillero, inmóvil como quien teme espantar un pajarillo en el balcón, estaba a una distancia prudente mientras escuchaba el vals que de los cilindros nacía. Él nunca se fijaba en ella, solo tenía ojos para la señorita que siempre iba sola al café.

-¡Ay, manita! Otra vez perdiendo el tiempo, ya mejor métele prisa porque no vas a acabar de vender- le insistió Lupita.

-Solo un minuto más- respondió sin apenas mirarla, desde su lugar contemplaba la escena mientras soltaba un largo suspiro, imaginaba que la música era para ella esta vez, ansiaba que algún día él la viera con los mismos ojos, pero en el fondo tenía miedo y evitaba a toda costa su encuentro.

La música terminó de golpe, vieron a la señorita emprender el camino y detrás de ella la mirada del organillero; cuando ya no se le distinguió más, éste tomó su instrumento y echó a andar mientras charlaba con su compañero.

Lupita no sabía quién le daba más lástima, si la solitaria señorita del café, el organillero que la miraba o la Luisa, irremediablemente prendada de aquél hombre que ni siquiera sabía que existía.

-Serás taruga, manita, pero allá tú. Para mí que alguien en otro lugar se muere de ganas por noviar contigo y tú aquí, mirando a ese fulano que ni sabe de ti. Tú sabrás. A ver, dame un ramo de gardenias, que a la patrona le gustan harto, nos vemos mañana- Dijo Lupita y caminó de vuelta rumbo de la casa donde ella era la muchacha de más confianza.

Se hacía tarde, pero era jueves y la buena venta siempre era el sábado, a María Luisa poco le importó. Hoy, como todos los días que le quedaba mercancía, iría a la iglesia a ofrendar a los santitos olvidados parte de las flores que no había vendido.

Se sentó en una banca del jardín a contar la ganancia del día, la verdad que no le había ido tan mal. Como acostumbraba, hizo su visita a la iglesia. Ya más ligera de carga caminó rumbo de su casa. La luz se extinguía ya, la temperatura empezaba a descender y las ramas se mecían al compás de una inaudible melodía. Se decidió a entrar en la cafetería, pero ella se sentó en un rincón y mientras bebía un dulce y muy caliente café retiró el cabello suelto que tapaba parte de su cara. Así, con la mano tibia, recorrió la cicatriz que tenía en la mejilla y suspiró mientras en su cabeza sonaba una vez más el vals.