lunes, 10 de abril de 2017

María Luisa

Nota: La idea del texto a continuación nació luego de haber leído "Organillero" en el blog Voces de un ratito. Gracias por la inspiración.


Lupita descubrió a María Luisa mirando otra vez al organillero, inmóvil como quien teme espantar un pajarillo en el balcón, estaba a una distancia prudente mientras escuchaba el vals que de los cilindros nacía. Él nunca se fijaba en ella, solo tenía ojos para la señorita que siempre iba sola al café.

-¡Ay, manita! Otra vez perdiendo el tiempo, ya mejor métele prisa porque no vas a acabar de vender- le insistió Lupita.

-Solo un minuto más- respondió sin apenas mirarla, desde su lugar contemplaba la escena mientras soltaba un largo suspiro, imaginaba que la música era para ella esta vez, ansiaba que algún día él la viera con los mismos ojos, pero en el fondo tenía miedo y evitaba a toda costa su encuentro.

La música terminó de golpe, vieron a la señorita emprender el camino y detrás de ella la mirada del organillero; cuando ya no se le distinguió más, éste tomó su instrumento y echó a andar mientras charlaba con su compañero.

Lupita no sabía quién le daba más lástima, si la solitaria señorita del café, el organillero que la miraba o la Luisa, irremediablemente prendada de aquél hombre que ni siquiera sabía que existía.

-Serás taruga, manita, pero allá tú. Para mí que alguien en otro lugar se muere de ganas por noviar contigo y tú aquí, mirando a ese fulano que ni sabe de ti. Tú sabrás. A ver, dame un ramo de gardenias, que a la patrona le gustan harto, nos vemos mañana- Dijo Lupita y caminó de vuelta rumbo de la casa donde ella era la muchacha de más confianza.

Se hacía tarde, pero era jueves y la buena venta siempre era el sábado, a María Luisa poco le importó. Hoy, como todos los días que le quedaba mercancía, iría a la iglesia a ofrendar a los santitos olvidados parte de las flores que no había vendido.

Se sentó en una banca del jardín a contar la ganancia del día, la verdad que no le había ido tan mal. Como acostumbraba, hizo su visita a la iglesia. Ya más ligera de carga caminó rumbo de su casa. La luz se extinguía ya, la temperatura empezaba a descender y las ramas se mecían al compás de una inaudible melodía. Se decidió a entrar en la cafetería, pero ella se sentó en un rincón y mientras bebía un dulce y muy caliente café retiró el cabello suelto que tapaba parte de su cara. Así, con la mano tibia, recorrió la cicatriz que tenía en la mejilla y suspiró mientras en su cabeza sonaba una vez más el vals.







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