viernes, 26 de abril de 2019

Cena en la terraza

Cuatro pisos más abajo, en la acera, Esteban yacía inerte con el cuerpo maltrecho y el cráneo destrozado.


***


Tenían una cita doble para cenar. La noche se dejaba caer con suavidad entre bromas y remembranzas en aquel grupo de amigos. Ivonne y Octavio, Marisa y Esteban. Tenían media vida de conocerse pero cada reunión les traía sorpresas, siempre había tanto que contar.


—Dijiste que tenías algo importante que decir, ¿No, Esteban? —preguntó Octavio.
—Sí —respondió él— en un rato más, de ser posible, sólo contigo.
—Vamos, ¿Qué pasa? Somos una familia, estamos juntos en las buenas y en las malas.


Marisa e Ivonne guardaron silencio mirando la escena, Esteban empezaba a mostrarse incómodo con la insistencia de Octavio.


—Dinos, todo tiene solución —le animó su novia.


Se puso de pie y respiró profundamente.


—Vale, les voy a decir —dijo clavando la mirada en Ivonne, que hasta el momento había sido quien menos había intervenido—, me… no, no… nos, sí, eso. Ivonne y yo nos acostamos —dijo sin apartar la mirada de ella que se congeló al instante.


El gesto de Marisa pasó de la ira al dolor en breves segundos. Octavio se veía confundido, quizá más incrédulo que molesto.


—¿Ustedes qué?
—No es algo que buscáramos, sólo pasó, estamos arrepentidos y por eso es que lo estamos hablando —respondió visiblemente nervioso.
—No tenemos nada que hablar, largo de mi casa los dos.
—No te pongas así —intervino Ivonne— lo podemos arreglar.
—¡Cállate, zorra! —gritó Octavio, reventándole al momento el labio inferior de un golpe.
—¡Cálmate, Octavio! No tenías por qué hacer eso.
—¿Vas a defender a tu amante? ¡Quédate con ella! Me dan asco.
—¡Cálmate, carajo! Deja que te explique... mira nada más, ¿Cómo pudiste pegarle?


Octavio no contestó, sentía hervir su sangre y descargó un par de puñetazos en la cara de Esteban, quien de inmediato respondió al ataque.
Sentada, Marisa contemplaba la escena, deshecha en llanto, sintiéndose ajena a todo cuanto pasaba ahí, acababa de perder a su mejor amiga y a su novio, su mejor amigo era preso de la ira. Ivonne estaba en shock, abrazando sus rodillas en un rincón mientras miraba a su novio y su amigo golpearse cada vez con más violencia.


—¿Y ahora qué? ¿Ivonne te va a defender? ¿Con una disculpa deshacen el daño? —gritaba Octavio mientras cubría de golpes a su amigo.


En algún momento terminaron cerca de la barandilla, Ivonne y Marisa reaccionaron alarmadas e intentaron separarlos. Fue en vano, Octavio ciego por el despecho empujó a Esteban.


Para cuando los servicios de emergencia se presentaron era demasiado tarde, quizá lo había sido desde un inicio.


Arriba Marisa lloraba histérica, Octavio no apartaba la vista del cuerpo de su amigo mientras Ivonne entre lágrimas repetía constantemente: “sólo era una broma”.

martes, 23 de abril de 2019

Portales

Se abrió un portal y a través de él cruzó una figura encapuchada, ésta sin decir palabra, se acercó a los habitantes de aquella casa extendiendo ante sus ojos un pergamino. También en silencio, le entregaron un par de bolsas cuyo contenido se podía adivinar: monedas de oro. El recaudador las tomó y del modo en el que llegó se fue de ahí.

Llevaba varios años como recaudador, era más bien mercenario.especializado en cobrar deudas. No trabajaba para nadie en particular, todo dependía de las circunstancias, su única regla era trabajar solo.

Luego de entregar y cobrar su parte del oro se dispuso a continuar con su labor, no siempre era sencilla. Usando un dispositivo en la muñeca tecleó una secuencia y ante sí se abrió un portal. Del otro lado un paisaje metálico se dibujaba frente a él, su capucha no lo era más, llevaba un pulcro traje azul acero de una pieza, cuyo tejido inteligente se amoldaba a su musculoso cuerpo. Disfrutaba mucho pasear por los rincones de aquella ciudad, tan distinta a la suya. Las bebidas de los bares, sin excepción, le parecían extraordinarias. Asuaria, la ciudad perfecta o casi perfecta, siempre tranquila, limpia, con un índice delictivo muy bajo; los asuarianos eran una raza por demás cordial, nunca en su vida de recaudador tuvo un sólo conflicto con ellos y esa era la razón por la que visitaba con frecuencia aquel lugar, dejando de lado los negocios. Kregnel era su bar favorito; tenía una maravillosa vista a uno de los principales campos de vitmals, una pequeña fruta púrpura y la principal fuente de empleo en Asuaria. Una vez conoció a una asuariana que le contó cómo la vida en su ciudad giraba en torno a los vitmals, desde la siembra, la cosecha y el comercio de todos los productos derivados de la frutilla púrpura. Ella trabajaba cuidando los arbustos, debía vigilar la evolución de sus frutos y recolectarlos en su mejor punto de maduración, pero no sólo eso, a diario cantaba para ellos, la fruta absorbía las ondas de sonido y en gran medida las mejores frutas provenían de las mejores voces. «¿Quieres que cante para ti?» le preguntó ella y aún recuerda la experiencia, sólo podía describirla como eléctrica, apenas audible pero profundamente melodiosa y conmovedora. Conocía muchas drogas de las más diversas ciudades del universo y ninguna tuvo el efecto que esa voz había causado en él, aún ahora, evocarla le volvía a erizar la piel.

Un discreto sonido proveniente de su muñeca indicó que era hora de marcharse. Pensó que, cuando por fin se jubilara, quería vivir en Asuaria.

De vuelta en su casa, enfundado en unos clásicos jeans y una camiseta, revisó su agenda. La siguiente cita era sencilla. Nuevamente abrió un portal y se encontró en una ciudad muy parecida a la suya, sólo que la distancia entre una y otra era impensable. Se presentó en una especie de tienda en la que atendía una mujer bajita y bastante mayor, le sonrió.

—¡Te estaba esperando! —dijo ella con el rostro iluminado.
—Nunca faltaría a mi cita con una mujer tan hermosa —respondió—, ¿Hoy qué haremos?
—Necesito ayuda con los estantes altos, ayer llegó mercancía nueva pero no he terminado de poner todo en su lugar.
—Será un placer —dijo él y de inmediato se sacó la playera para no ensuciarla.

Aquella mujer solía decirle que le recordaba a su nieto, quien había formado parte del ejército y perdió la vida defendiendo su planeta de una invasión.

—Sólo por tenerte por aquí pediría nuevamente un préstamo —dijo la anciana mientras sacaba una bebida de uno de los refrigeradores.
—No hará falta, siempre que pueda estaré por aquí, sabes que te aprecio.
—Y yo a ti, muchacho, yo a ti.
—¡Listo! Esa era la última caja. ¿Es cereal?
—Sí, me trajeron mercancía de importación —respondió ella.

Esa ciudad, tan parecida a la suya era un importante punto comercial. La anciana atendía una de las tiendas mejor surtidas, siempre tenían mercancía de otros puntos del universo. Ella tenía convenio para algunos productos de modo que sólo en su establecimiento era posible encontrarlos.

—Ten, esto te va a encantar. Los trajeron la semana pasada, son frituras importadas de Zloarc —dijo acercándole un empaque verde y con una escritura incomoprensible para él — y claro, tu limonada favorita.
—Me tienes muy consentido, ¿Sabes?
—¡Qué va! Eres tú quien ayuda a esta vieja sin tener la obligación.
—Ni lo menciones, vamos a sentarnos.

Charlaron largo rato, Madam Mo siempre tenía buenas historias que contar, con el tiempo habían entablado una linda amistad.

—Mo, sabes que no quisiera irme, pero debo volver.
—Lo sé, espero tu siguiente visita, sabes que me alegra mucho verte por aquí. Pasemos a los negocios —dijo ella.

La anciana tomó una especie de control remoto y tecleó una secuencia. Una proyección holográfica con un código apareció y él acercó un pequeño lector que colgaba de sus jeans como llavero.

—Listo, entonces hasta la próxima. Cuídate, Mo.
—Cuídate, Sam.

Abrió nuevamente un portal y volvió a casa. Miró el reloj, había mucho tiempo libre hasta la próxima cita, así que decidió dormir un poco, la única desventaja que encontraba en ser recaudador eran los horarios, su vida era regida por tiempos dispares de uno y otro punto de la galaxia; era agotador pero de ese modo conocía lugares que jamás habría podido visitar de tener un empleo regular. Con este pensamiento se quedó dormido y comenzó a soñar con las playas de Ygg.

Ygg era un planeta pequeño que poseía grandes mares cristalinos y carecía de lunas, por lo que las noches eran bastante oscuras. Sus ciudades tenían una gran vida nocturna pero el verdadero espectáculo era el mar, pues los animales marinos eran en su mayoría de actividad nocturna, tenían luminosidad propia, por lo que los barcos de fondo de cristal eran lo mejor para apreciar a dichos seres en todo su esplendor… de pronto el dispositivo en su muñeca vibró, miró la hora: seis en punto. Su habitación y todo a su alrededor se desvaneció devolviéndole a la gris realidad de una oficina cualquiera.

—¿Te vas a quedar más tiempo? —preguntó su compañero.
—No, ya terminé de escanear esto, mañana lo subo al portal.

Tomó sus cosas, apagó la computadora y salió tarareando la melodía que jamás escuchó en Asuaria mientras pensaba lo divertida que era esa pequeña forma de burlar el tedio de un trabajo casi mecánico.

domingo, 14 de abril de 2019

Self storage

—Firme sobre la línea punteada —dijo la señorita del otro lado del escritorio— una vez concluido el papeleo podremos programar el procedimiento. Dado que no es común que una persona que goza de plena salud y su posición económica solicite nuestros servicios y aún habiendo pasado por las pruebas psicológicas, el protocolo exige que se le pregunte antes de concluir el registro, ¿Es su deseo libre, informado y consciente someterse al procedimiento?
—Sí —respondió un hombre no mayor a treinta años.
—De acuerdo, le dejaré un momento a solas para que pueda revisar el contrato.

Rodrigo se quedó en la blanquísima oficina, contemplando el juego de documentos frente a sí. Leyó y releyó, estaba seguro de la decisión que había tomado a pesar de la opinión de su familia. El hacinamiento, la contaminación, la carencia de recursos y la disminución generalizada de la calidad de vida le hacían pensar que en algún punto sería insostenible la situación y él no quería estar ahí para ver el colapso.

El único objeto de color era el reloj de pared, la carátula naranja marcaba las tres de la tarde con treinta minutos cuando Silvana —supo su nombre por la identificación que llevaba al pecho— volvió a entrar.

—¿Todo en orden?
—Sí, claro, todo bien —contestó él intentando disimular su leve nerviosismo.
—¿Ya eligió la fecha?
—Todavía no, quiero que sea pronto, pensaba que tal vez mañana…
—Entiendo, permítame un momento para confirmar si tenemos espacio disponible.

Silvana tecleó su contraseña y accedió al sistema, luego de un minuto afirmó complacida que podían programar la cita para el día siguiente a las cuatro de la tarde. Rodrigo asintió, dio la mano a la asesora y salió en el más completo silencio.

Tenía cerca de veinticuatro horas para alistar los últimos detalles. Salió, llamó a sus padres y se reunió con ellos en su restaurante favorito, cenaron e inevitablemente lloraron al término de la reunión. Por la noche fue a dormir pero no podía conciliar el sueño, era la última noche que pasaría en su cama, en su confortable departamento que pasaría a ser propiedad de sus padres al día siguiente. El armario estaba casi vacío, en él sólo había una percha con la ropa que usaría al siguiente día: unos jeans y la playera que había usado en el mejor concierto al que había asistido. El despertador sonó a las siete de la mañana en punto, por momentos creía que le habría gustado dormir hasta tarde, pero quería dejar todo impecable más por la experiencia de asear su casa por última vez que por dejar todo en orden. Desayunó hotcakes, café y pizza. Hizo limpieza a fondo, tomó un largo baño, se alistó y en punto de las dos treinta salió a su cita, al llegar ya lo esperaba su familia.

—Esperen aquí mientras se lleva a cabo el procedimiento —indicó Silvana a su familia—. Rodrigo, acompáñeme por favor.

Se abrazaron por última vez.

—Sugiero que vayan a su casa, por ahora es todo lo que pueden hacer, recibirán noticias más tarde —indicó Silvana— sé que les costará asimilar todo lo que está pasando, parte del servicio incluye apoyo para los familiares, a partir de mañana pueden asistir, en esta tarjeta vienen los números para que puedan agendar su cita, les recomiendo que no dejen pasar la oportunidad, tenemos profesionales altamente calificados que les ayudarán con el manejo de las emociones.

Los padres de Rodrigo aceptaron la tarjeta, se miraron en silencio y asintieron al mismo tiempo; dieron las gracias por el trato y las atenciones y se retiraron del lugar. Mientras tanto, las cinco de la tarde con treinta minutos, según se podía leer en el reloj azul —el único objeto con color—, un grupo de médicos y especialistas declaraban finalizado el proceso.

A las seis de la tarde el teléfono de su madre recibía un mensaje dando noticias sobre el éxito de la operación. A las seis de la tarde con treinta y cinco minutos Rodrigo abrió los ojos, sobre una cama en una habitación idéntica a la suya. El muro mostró un mensaje «Bienvenido. Hoy es cinco de noviembre del año 2644. Le recordamos que su servicio es clase A, el cual incluye tres reanimaciones al año en las fechas previamente seleccionadas. Gracias por utilizar los servicios de Self storage».

Disponía de una semana de descanso para acoplarse a su nueva existencia en un plano virtual, dentro de un servidor, antes de empezar a laborar para el monstruo informático dueño de medio planeta. Le tranquilizaba que aún podía estar en contacto con los suyos y sus ahorros eran suficientes para que, si así lo decidían, sus padres se unieran a él.