martes, 23 de abril de 2019

Portales

Se abrió un portal y a través de él cruzó una figura encapuchada, ésta sin decir palabra, se acercó a los habitantes de aquella casa extendiendo ante sus ojos un pergamino. También en silencio, le entregaron un par de bolsas cuyo contenido se podía adivinar: monedas de oro. El recaudador las tomó y del modo en el que llegó se fue de ahí.

Llevaba varios años como recaudador, era más bien mercenario.especializado en cobrar deudas. No trabajaba para nadie en particular, todo dependía de las circunstancias, su única regla era trabajar solo.

Luego de entregar y cobrar su parte del oro se dispuso a continuar con su labor, no siempre era sencilla. Usando un dispositivo en la muñeca tecleó una secuencia y ante sí se abrió un portal. Del otro lado un paisaje metálico se dibujaba frente a él, su capucha no lo era más, llevaba un pulcro traje azul acero de una pieza, cuyo tejido inteligente se amoldaba a su musculoso cuerpo. Disfrutaba mucho pasear por los rincones de aquella ciudad, tan distinta a la suya. Las bebidas de los bares, sin excepción, le parecían extraordinarias. Asuaria, la ciudad perfecta o casi perfecta, siempre tranquila, limpia, con un índice delictivo muy bajo; los asuarianos eran una raza por demás cordial, nunca en su vida de recaudador tuvo un sólo conflicto con ellos y esa era la razón por la que visitaba con frecuencia aquel lugar, dejando de lado los negocios. Kregnel era su bar favorito; tenía una maravillosa vista a uno de los principales campos de vitmals, una pequeña fruta púrpura y la principal fuente de empleo en Asuaria. Una vez conoció a una asuariana que le contó cómo la vida en su ciudad giraba en torno a los vitmals, desde la siembra, la cosecha y el comercio de todos los productos derivados de la frutilla púrpura. Ella trabajaba cuidando los arbustos, debía vigilar la evolución de sus frutos y recolectarlos en su mejor punto de maduración, pero no sólo eso, a diario cantaba para ellos, la fruta absorbía las ondas de sonido y en gran medida las mejores frutas provenían de las mejores voces. «¿Quieres que cante para ti?» le preguntó ella y aún recuerda la experiencia, sólo podía describirla como eléctrica, apenas audible pero profundamente melodiosa y conmovedora. Conocía muchas drogas de las más diversas ciudades del universo y ninguna tuvo el efecto que esa voz había causado en él, aún ahora, evocarla le volvía a erizar la piel.

Un discreto sonido proveniente de su muñeca indicó que era hora de marcharse. Pensó que, cuando por fin se jubilara, quería vivir en Asuaria.

De vuelta en su casa, enfundado en unos clásicos jeans y una camiseta, revisó su agenda. La siguiente cita era sencilla. Nuevamente abrió un portal y se encontró en una ciudad muy parecida a la suya, sólo que la distancia entre una y otra era impensable. Se presentó en una especie de tienda en la que atendía una mujer bajita y bastante mayor, le sonrió.

—¡Te estaba esperando! —dijo ella con el rostro iluminado.
—Nunca faltaría a mi cita con una mujer tan hermosa —respondió—, ¿Hoy qué haremos?
—Necesito ayuda con los estantes altos, ayer llegó mercancía nueva pero no he terminado de poner todo en su lugar.
—Será un placer —dijo él y de inmediato se sacó la playera para no ensuciarla.

Aquella mujer solía decirle que le recordaba a su nieto, quien había formado parte del ejército y perdió la vida defendiendo su planeta de una invasión.

—Sólo por tenerte por aquí pediría nuevamente un préstamo —dijo la anciana mientras sacaba una bebida de uno de los refrigeradores.
—No hará falta, siempre que pueda estaré por aquí, sabes que te aprecio.
—Y yo a ti, muchacho, yo a ti.
—¡Listo! Esa era la última caja. ¿Es cereal?
—Sí, me trajeron mercancía de importación —respondió ella.

Esa ciudad, tan parecida a la suya era un importante punto comercial. La anciana atendía una de las tiendas mejor surtidas, siempre tenían mercancía de otros puntos del universo. Ella tenía convenio para algunos productos de modo que sólo en su establecimiento era posible encontrarlos.

—Ten, esto te va a encantar. Los trajeron la semana pasada, son frituras importadas de Zloarc —dijo acercándole un empaque verde y con una escritura incomoprensible para él — y claro, tu limonada favorita.
—Me tienes muy consentido, ¿Sabes?
—¡Qué va! Eres tú quien ayuda a esta vieja sin tener la obligación.
—Ni lo menciones, vamos a sentarnos.

Charlaron largo rato, Madam Mo siempre tenía buenas historias que contar, con el tiempo habían entablado una linda amistad.

—Mo, sabes que no quisiera irme, pero debo volver.
—Lo sé, espero tu siguiente visita, sabes que me alegra mucho verte por aquí. Pasemos a los negocios —dijo ella.

La anciana tomó una especie de control remoto y tecleó una secuencia. Una proyección holográfica con un código apareció y él acercó un pequeño lector que colgaba de sus jeans como llavero.

—Listo, entonces hasta la próxima. Cuídate, Mo.
—Cuídate, Sam.

Abrió nuevamente un portal y volvió a casa. Miró el reloj, había mucho tiempo libre hasta la próxima cita, así que decidió dormir un poco, la única desventaja que encontraba en ser recaudador eran los horarios, su vida era regida por tiempos dispares de uno y otro punto de la galaxia; era agotador pero de ese modo conocía lugares que jamás habría podido visitar de tener un empleo regular. Con este pensamiento se quedó dormido y comenzó a soñar con las playas de Ygg.

Ygg era un planeta pequeño que poseía grandes mares cristalinos y carecía de lunas, por lo que las noches eran bastante oscuras. Sus ciudades tenían una gran vida nocturna pero el verdadero espectáculo era el mar, pues los animales marinos eran en su mayoría de actividad nocturna, tenían luminosidad propia, por lo que los barcos de fondo de cristal eran lo mejor para apreciar a dichos seres en todo su esplendor… de pronto el dispositivo en su muñeca vibró, miró la hora: seis en punto. Su habitación y todo a su alrededor se desvaneció devolviéndole a la gris realidad de una oficina cualquiera.

—¿Te vas a quedar más tiempo? —preguntó su compañero.
—No, ya terminé de escanear esto, mañana lo subo al portal.

Tomó sus cosas, apagó la computadora y salió tarareando la melodía que jamás escuchó en Asuaria mientras pensaba lo divertida que era esa pequeña forma de burlar el tedio de un trabajo casi mecánico.

1 comentario:

baaronzahner dijo...

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