domingo, 13 de enero de 2019

Historia de un café cualquiera

Nos vimos por primera vez en un café cerca de donde trabajabamos, él era empleado de una librería, yo en una florería.
Él pidió un americano y una dona, yo un moka y una rebanada de pastel de chocolate.

«Si comes eso no podrás dormir en toda la noche» dijo una voz joven, en tono burlón, a mi espalda. Me giré para ver y me encontré con él, vestía el uniforme de la librería, lo había visto un par de veces en mis visitas a aquel establecimiento. Fue grato encontrarlo ahí y por un momento sentí una extraña emoción.

—¿Y a usted le preocupa? —repliqué fingiendo indignación.
—No, bueno… sí... digo, es bastante azúcar y terminarás hiperactiva.
—¿Y siempre va por la vida juzgando los hábitos alimenticios de los demás? Además de tutearlos, claro está.

Una leve rubor cubrió sus mejillas y bajó la mirada un momento, con eso yo daba por ganada la batalla.

—No, es sólo que la he visto cuando visita la librería, sólo quise saludarla. Disculpe haberla importunado —su actitud fue la de niño regañado y me conmovió un poco, sin embargo guardé silencio y volví mi café.

Sentí un poco de remordimiento luego de unos minutos, el silencio de pronto me pareció abrumador, él seguía en la mesa de atrás y no había hecho mayor intento por seguir hablando conmigo. Me puse de pie y me acerqué a él.

—¿Puedo usar el lugar desocupado en la mesa?
—Si usted gusta, no tengo inconveniente —dijo apenas levantando la mirada de la taza de café.
—Quizá fui demasiado seria, a veces se le acercan a una no con las mejores intenciones, lo siento. Soy Olga —dije al tiempo de extender la mano.
—Lo entiendo, soy Irving —respondió estrechando mi mano.

Charlamos largo rato, él vivía cerca en un pequeño cuarto, porque venía del sur de la ciudad, al final resultó más cómodo y económico alquilar un cuarto. Yo vivía con mi familia, aunque tenía tiempo planteándome la idea de vivir sola. Él parecía disfrutarlo bastante.

—¿Hace mucho que trabaja en la florería?
—Dos años, más o menos. Por cierto, no es necesario que me sigas hablando de usted.
—Antes iba seguido, compraba flores para mi mamá cada dos semanas, que es cuando iba a verla.
—¿Y ya no la visitas?
—No, ella murió hace tiempo. Visito a mi familia con regularidad pero desde que ella murió la familia se ha distanciado  —se subió los anteojos y trató de aliviar la tensión del momento—.Bueno, supongo que en todas las familias pasa, ¿No?
—Es lamentable, pero cierto.

Su sonrisa a partir de ese momento se vio ensombrecida. No quise preguntar más por no parecer impertinente. Cerca de las ocho nos despedimos, él insistía en acompañarme al metro pero le dije que estaría bien.

Llegué a mi casa y no dejé de pensar en el chico de la librería.
Yo sólo iba al café los viernes al terminar mi jornada, era un ritual para mí y por lo que pude notar en las semanas siguientes también para él.
La charla giraba en torno al trabajo y la rutina, nos íbamos conociendo poco a poco y eso me gustaba.

—Ya no voy a trabajar en la librería, hoy fue mi último día —me soltó sin preámbulo la penúltima vez que nos vimos en el café.
—¿Tienes un nuevo empleo?
—Sí, aunque ya no vendré a este café tan seguido; mi nuevo trabajo es en una oficina pero queda a casi hora y media de aquí. Es mucho tiempo, pero el sueldo lo vale.
—Ya veo, no debes dejar pasar la oportunidad —dije sintiendo tristeza, me había habituado a su compañía para empezar mi fin de semana.
—Pero no pasa nada, ¿Eh? Creo que podemos quedar para vernos el próximo sábado. ¿Qué te parece?
—Muy bien, sí, deberíamos vernos.

El viernes siguiente no fui al café, no estaba muy segura de cómo enfrentaría al silencio nuevamente, en poco tiempo las risas compartidas y esa complicidad que habíamos desarrollado se habían vuelto importantes para mí. Pensé que vernos en otro lugar sería bueno, hablar de otros temas. Por más que esperé no llegó su mensaje para vernos el sábado. La siguiente ocasión que lo viera tenía que decirle: lo quería, lo extrañaba, de a poco había logrado hacerse un lugar en mi corazón, me había enamorado de él.

Nos escribíamos poco, a pesar de tener nuestros números siempre preferimos esperar hasta vernos de frente para platicar. El miércoles de la tercera semana a su cambio de empleo llegó el ansiado mensaje «Te veo el viernes en el café, tengo algo importante que decirte.»
No podía con tanta emoción, lo extrañaba y por fin volvería a verlo.
Ese viernes llegué a la hora de siempre al café. Él demoró un poco más; me envió varios mensajes diciendo que el transporte era un caos y lamentaba el retraso, yo sólo podía decirle que no se preocupara. Mi corazón se aceleró cuando por fin estuvo ahí, era el mismo pero algo había de distinto en él, «quizá el trabajo» pensé.
Reímos mucho rato, parecía que llevábamos meses sin saber uno del otro. Cuando comenzaba a hacerse tarde decidí hablar con él y confesarle lo que sentía, pero recordaba que él también tenía algo que decirme, así que quise escucharlo primero.

—Me habías dicho que tenías algo importante que decirme. ¿Y bien?
—¡Claro! No podría olvidarlo. Este poco tiempo han cambiado tantas cosas, apenas una semana fue suficiente para darme cuenta que estaba perdidamente enamorado, todo pasó tan rápido. Por favor, no te rías de lo que voy a decir, sé que es una locura. Hay alguien en mi vida, se llama Mariana y la conocí en el trabajo, ¡Me quiero casar con ella!

—Ah, me… me sorprende mucho, no… no esperaba esa noticia —dije y creo que no pude ocultar mi decepción.
—Pero, ¡Alégrate un poco por mí! —borró enseguida su sonrisa— ¿Te sientes bien? Estás un poco pálida.
—Sí, sí, estoy bien. Hoy fue un día muy pesado, tenemos un evento grande en puerta y me la he pasado entre cotizaciones, llamadas a proveedores y demás, ya te imaginarás. Pero, estoy muy feliz por ti, ¿Ya tienen la fecha para la boda?
—Todavía no, ella está entusiasmada aunque cree que es pronto. Te lo cuento porque te aprecio mucho, en cuanto tenga fecha te voy a avisar porque no quiero que faltes.

El metro quedaba a pocas cuadras de ahí, pero nunca dejaba que me acompañara, quizá por eso fue que nunca pensó que podía haber algo entre nosotros. Ese día, sin embargo, lo dejé. Lo abracé como si nunca más fuera a verlo y entré al metro llevando mi desilusión. Quizá no volvería a verlo.

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