domingo, 20 de enero de 2019

Los habitantes del tiempo.

«Tic-tac, tic-tac» en cada rincón de la casa los relojes se desparraman, en la mesa del comedor, por la escalera, en las gavetas de la cocina.
«Cu-cú, cu-cú» en las recámaras y en la sala de lectura un sonoro «Ding-dong» saca a los habitantes de la casa de su ensueño.
Ellos, son los Habitantes del tiempo. No lo viven, lo habitan y trabajan con él como si de artesanos se tratara; cuando por fin logran darle la forma deseada lo encierran en un reloj. Los hay de muchas formas, tamaños y sonidos; de bolsillo, de pared, apretujados en los armarios monumentales relojes. Una vez por semana los Habitantes del tiempo son visitados por la bruja del Destino quien compra los relojes y paga con cabellos de oro.

—Estos cabellos son magníficos —dijo uno de ellos, moviendo hábil y velozmente los dedos—, estoy por terminar mi bufanda.
—No te olvides de hacerme unos guantes —dijo otro regordete y muy bajito.
—Ya trabajo en ello —respondió haciendo derroche de sus habilidades al trabajar simultáneamente los guantes y la bufanda.
—¡Bah! Si yo tuviera dos pares de brazos también lo estaría haciendo —respondió con pereza el pequeño —¿Qué hora es?
—¡La hora que tu quieras!

Estallaron en carcajadas, la vieja broma nunca les cansaba a pesar de llevar una eternidad haciéndola.

—Bueno, señorita —dijo el padre cerrando el libro— terminaremos la historia mañana, es hora de dormir.
—Pero yo quiero saber, ¿Llegó la bruja por los relojes?
—Ella es puntual y no falta a la cita, es la encargada de situar cada reloj en el mundo, cada uno es una vida. Ahora a dormir, por favor.

Arropó a la pequeña y acarició sus oscuros cabellos antes de salir.
Sentado en la sala, aún con el libro entre las manos, recordaba cuando su padre le contaba esa misma historia, la sabía de memoria y, sin embargo, prefería recurrir al libro cada vez que la contaba.

Fue a la cocina, preparó una taza de café mientras encendía su máquina para continuar trabajando. Los tiempos no habían sido sencillos, primero perdió a su esposa a causa de una enfermedad que los médicos nunca supieron diagnosticar, meses después el corazón de su padre se detuvo también. Había puesto desde entonces todos sus esfuerzos en ser mejor padre aún, su pequeña Marina había sufrido mucho; ahora ella se quedaba con una de sus vecinas mientras su él trabajaba. Laboraba horas extra y lo que saliera para cubrir sus gastos diarios y daba una ayuda a la vecina, aunque ésta insistía en que no era necesario.

En la pantalla aparecieron registros e interminables hojas de cálculo y con la jarra de café casi vacía empezaba a considerar si debía ir a descansar.

—Si tan sólo te hubieses quedado un poco más con nosotros —dijo al tiempo que un suspiro se le escapaba.

Se dejó caer pesadamente en la silla, recargando la cabeza en el respaldo. Comenzaba a soñar con su esposa, con la bruja del destino y con un trato para alargar su vida.
Las campanadas en la sala lo despertaron, era media noche ya, terminaría el trabajo al siguiente día. Apagó la cafetera, la computadora y la luz de la cocina. Antes de ir a su cuarto, miró el pesado reloj de péndulo que era la figura central de su sala y herencia de su padre.

—”Cada reloj es una vida” —recitó las líneas del cuento y tocó el reloj como quien palmea el hombro de un amigo —. Buenas noches, papá.

1 comentario:

Kiddysplace México dijo...

¡Hola Isabel! Soy Alan y acabo de descubrir que bloqueaste la cuenta KiddysplaceMx. Lo acepto pero no lo comparto, si algo te molestó me hubieras dicho que fue. Hicíste lo mismo que @LuE_Vill, eso me hace pensar que no fue casualidad lo ocurrido. Me duele y lo lamento porque creí tener buena comunicación contigo. Te doy las gracias y que te vaya bien en lo que emprendas. Es tiempo de soltar, adiós...